Se va el más grande. La historia de la sección de baloncesto del FC Barcelona no se entendería sin la presencia de Juan Carlos Navarro. Un crack como pocos que, con su habitual naturalidad, reconocía durante el multitudinario homenaje que le brindó el club en el Auditori 1899 que “tampoco era muy del Barça de pequeño, era del Santfeliuenc”. Genio y figura.
Los 23 títulos que ha conquistado con el Barça, entre ellos dos Euroligas, sumados a las 10 medallas –tres de ellas de oro– con la selección española –más las tres que logró junto a los juniors de oro– hacen de Navarro un jugador único. Por encima de lo que representaron para el Barça el mítico Epi o su buen amigo Pau Gasol.
Máximo anotador histórico de la Euroliga –4.152 puntos– y cuarto en la tabla de anotadores de la ACB –8.134 puntos–, Navarro es historia viva del baloncesto azulgrana y español. Sin embargo, ya ofreció todo lo que le podía dar al baloncesto sobre una cancha. Ahora, debe seguir desde fuera.
Dice adiós obligado, en un homenaje forzado, pero la realidad es que hace ya varios años que dejó de ser aquella bomba que dinamitaba los partidos.
Joan Bladé, directivo responsable de la sección, es el primero que debería hacer autocrítica por no haber sabido conducir mejor la marcha de Navarro. Aunque también Albert Soler, Nacho Rodríguez y el propio Josep María Bartomeu, ex jugador de baloncesto en las categorías inferiores del Barça y, posteriormente, en la extinta sección de básquet del Espanyol –que vuelve, 29 años después–, se lo tienen que hacer mirar.
Al final tuvo que ser el carácter balcánico de Svetislav Pesic, técnico que le llevó a la gloria con esa primera Euroliga en 2002 junto a Gasol, el que cogiera el toro por los cuernos. Era una obviedad que Juanqui ya no estaba al nivel y alguien se lo tenía que decir.
Navarro no supo hacerlo como Iniesta. Pero no se equivoquen, no era una cuestión de dinero –este año seguirá cobrando lo mismo como parte del equipo responsable de la sección–, sino de pasión por un deporte. Y quizá, también un poco por rutina.
Juan Carlos quería seguir jugando al baloncesto porque es su vida. Y no la entiende de otra forma. Anclado en un día a día un tanto monótono, el crack de Sant Feliu se sentía feliz con los entrenamientos y partidos, sus tranquilos y prolongados momentos en casa junto a la familia y sus ratos con los amigos. Y es que, si algo quedó claro tras el tributo del miércoles, es que todavía tiene muchos más seres queridos y que le quieren que títulos en el palmarés.
Lejos quedan ya las broncas por su juego alocado cuando era juvenil, las escapadas al cine con Vane, su actual mujer, y Pau Gasol de aguantavelas, los subidones frenéticos del Palau, sus memorables clásicos contra el Real Madrid, el año en Memphis –donde fue el rookie más triplista de la NBA y se bañó involuntariamente en las aguas del Misisipi un día que el río se desbordó mientras Navarro transitaba con su Golf GTI–, los éxitos en la selección –y sus juergas– o estas últimas temporadas marcadas por las lesiones y la falta de magia. Todo eso queda en el archivo, pero la historia sigue.
Ahora empieza una nueva vida y el reto de adaptarse no será fácil, pero por sus logros y su entrega al club Navarro está llamado a seguir ligado al Barça de por vida. Y si algún día se marcha, la estatua que Bartomeu ha decidido construirle en la entrada del Palau se encargará de recordarnos quién fue el mayor jugador de todos los tiempos en el Barça de baloncesto. Buena suerte, Juanqui.