La felicidad siempre es más plena en el Barça si gana con los locos bajitos de Serrat y la Masía. Ayer el equipo azulgrana ganó al Atlético de Madrid, que ha hecho una inversión este verano de más de 160 millones de euros, con Éric Garcia de pivote, Gerard Martín de central izquierdo y hasta siete catalanes en el once inicial. Nueve jugadores de La Masía participaron en un partido que acabó con un centro del campo atípico pero efectivo: Éric, Casadó y Dro. Un hecho extraordinario se vuelve rutina en el Camp Nou.
El público vibra con esos locos bajitos porque se identifica con ellos. Todos quisiéramos ser Cubarsí, el hijo del carpintero de l’Estanyol. O Gerard Martín, un chico de Esplugues que hace dos temporadas jugaba en el Cornellà y ahora se afianza como sustituto de Íñigo Martínez. Ha pasado de ver los partidos en las faldas de su abuelo a estrenar el Camp Nou del futuro.
¿Y qué decir de Éric Garcia? Crecido en Martorell, un expat que tuvo que emigrar porque pusieron a dirigir La Masía a gente que no sabía nada del ADN Barça. Guardiola lo mantuvo vivo y ahora es la extensión de Flick en el campo.
¿Qué decir de Olmo, que gastó diez años de Erasmus para cumplir su sueño? ¿Y de Balde, reclutado del Sant Gabriel cuando prácticamente iba con chupete? O de Lamine Yamal, un producto creado, moldeado y ensalzado por la mejor escuela de fútbol del mundo.
El Barça gana con su sello, el que le aporta una generación de culers que podríamos ser cualquiera de nosotros. No será el equipo más brillante de la historia, y se nota cuando faltan Pedri o Raphinha. Pero el alma de este equipo está forjada en la Masía. El Barça está repleto de niños de comarcas, desde Berga hasta Sant Pere de Vilamajor, pasando por Barcelona, el Vallès Occidental, Girona o el Baix Llobregat. Y de andaluces, canarios o valencianos que veían el partido en la peña del Barça que dirigía su padre, como Pedri en la tasca de Tegueste.
Esa es la magia de este equipo: que se sobrepone a los grandes fichajes y a las inversiones millonarias con buen fútbol, amor por los colores y pasión por un escudo. Por eso estamos tan orgullosos de este Barça, este ejército desarmado de Catalunya que va a la batalla con cadetes de infantería convertidos, a muy tierna edad, en capitanes generales. No es el qué, es el cómo. Ganar con estos locos bajitos es tan extraordinario que hace que las victorias sepan mejor.
