El actual vestuario del Barça está demostrando ser un grupo unido, profesional, ambicioso y solidario, que ha sabido aislarse e inmunizarse contra las tragedias, como la muerte del Doctor Miñarro, contra los constantes ataques externos de los enemigos de la capital, como la impugnación de Osasuna o los riesgos de desinscripción de jugadores, e
incluso contra el “fuego amigo” procedente de las incomprensibles cacicadas y temerarias improvisaciones de su propio presidente, que suponen un riesgo para la estabilidad de la plantilla.
Actualmente, convergen dos Barças muy distintos. Diametralmente opuestos. El de Hansi Flik es brillante, sólido, estable emocionalmente, alegre y divertido, que huye de las excusas y se fundamenta en una estructura muy profesional. El otro, el de Laporta, está lleno de problemas, de opacidad, de negocios oscuros con personajes de dudosa reputación, de comisiones escandalosas y de una gestión amateur y familiar que busca cualquier recoveco para engañar a los socios y saltarse todos los controles fiscalizadores y las normativas existentes.
Curiosamente, Laporta tuvo el acierto de traer a Flick a pesar de que quince días antes había diagnosticado que lo mejor para el futuro del club era mantener a Xavi Hernández una temporada más y tras haber intentado anteriormente, sin éxito, fichar al que era su técnico alemán preferido, Nagelsmann. Después de 4 años de volantazos, Laporta parece haber atinado con Flick, cuya cordura y sentido común, contrastan con el histrionismo del presidente que, en lugar de ayudarle, le provoca turbulencias constantes. El “caso Olmo” ha sido un match ball salvado in extremis, un problema absolutamente evitable si Laporta dejara de jugar a la improvisación del último minuto. No nos engañemos. Ha sido una victoria conseguida en los despachos, más por la alineación indebida del rival llamado Tebas, que por méritos propios.
El final feliz, que todos celebramos, no compensa la erosión a la imagen del club causada por las recurrentes triquiñuelas de Laporta, propias de un tiburón financiero sin escrúpulos, que ha hecho de las trampas su forma habitual de gestión. Ahora hay 100 millones por la venta de los palcos VIP vendidos a un moldavo con fama de estafador y dos meses después han desaparecido de las cuentas. Y ahora le adjudico el negocio de las telecomunicaciones al mismo moldavo que no tiene ninguna experiencia ni conocimiento y me atrevo a engañar diciendo que es líder mundial en el sector aunque no le conozca nadie. Aquí huele a testaferro que echa para atrás.
El 15 de enero Laporta sacó pecho por haber alcanzado la regla 1.1 para fichar asegurando que “esto desmiente a aquellos que dicen que el club da mala imagen o está mal gestionado”. Resulta que dos meses y medio después el club vuelve a estar con un bloqueo de 100 millones para fichar e inscribir porque aquella operación validada por un informe de cartón piedra emitido por la pequeña firma Abauding Auditores, que ha quedado a la altura del betún al saberse que las que prestigiosas compañías, como Grant Thorthon o Crowe, se negaron a contabilizar el ingreso por la comercialización de un activo que todavía no existe, como establece la normativa contable. Laporta ha vuelto a actuar como estaba previsto, haciendo pirulas, que al club le siguen saliendo muy caras, como la artificiosa valoración de Barça Studios, cuya venta llena de impagos sigue provocando un boquete en las cuentas del club cada vez más profundo.
Cambiar 3 veces de firma auditora en 3 meses demuestra la poca seriedad de la gestión de un Laporta que, además de credibilidad, está perdiendo también sus dotes de actor. Resulta cómico por no decir patético verle en cada comparecencia como se le escapan las carcajadas mientras hace ver que se emociona. Muy estable emocionalmente no se le ve. O quizás es que, por una parte, se ríe por dentro de la indulgencia que muestran los socios y, por otra, llora al saber la auténtica gravedad en la que está sumiendo al club. El único que lucha contra todo y contra todos es Flick.