El técnico del Barcelona, Hansi Flick, está siendo el gran protagonista de la presente temporada. Su llegada no levantó gran expectación, ni llegó con ínfulas de estrella. Muy al contrario, ha sido y es como una figura más del paisaje blaugrana. No se le conocen exabruptos ni posturas displicentes. Serio, modesto, educado… Está jugando su papel como un auténtico profesional y se ha ganado el respeto de la afición, la crítica y el vestuario.

Flick venía avalado por un historial envidiable en el Bayern de Múnich, con el que consiguió un sextete e igualó a Guardiola en esta faceta. Su Bayern ha pasado a la historia, además, como el primer equipo que ha sido campeón de la Champions ganando todos los partidos, con un impresionante 43 goles a favor y 8 en contra en los diez partidos. Fue en la temporada 2019-20. La del Covid-19.

Como se recordará, los cuartos de final, semifinal y final de aquellas Champions se jugaron a partido único en Lisboa, debido a la pandemia. Allí, el 14 de agosto de 2020, el Barcelona sufrió la mayor humillación de su historia en las competiciones europeas. El Bayern de Flick barrió literalmente al equipo de Messi, Suárez y compañía por un rotundo 2-8.

Tras la extravagante y precipitada salida de Xavi, Flick tenía una oferta del Chelsea, pero firmó por el Barça gracias a la amistad de su representante Pini Zahavi con Joan Laporta. Su etapa en la selección alemana no había sido exitosa, acabó de forma precipitada y estaba sin trabajo.

La vida privada de Flick en Barcelona está siendo como un oasis. Paz y tranquilidad se respiran en su zona, en la calle dedicada a un compositor compatriota suyo, Johann Sebastian Bach. Amable y cortés, saluda a diario a sus vecinos y, a pesar de la barrera idiomática, ha llegado a establecer cierta relación con algunos. Se puede decir que ha encajado en el estilo de vida barcelonés.

A través alguno de sus más allegados, hemos podido saber que Flick se ha tomado su trabajo en el Barça como una penitencia que se ha autoimpuesto. Ha confesado que ahora le duele mucho haber humillado a su actual club en aquel infausto partido de Lisboa y que, si pudiera, lo borraría de su historial. Ahora que ya conoce el barcelonismo por fuera (socios, seguidores y por extensión los aficionados que le saludan por la calle), pero también los conoce por dentro (jugadores, empleados, directivos y el entorno que les rodea), se arrepiente de aquella victoria en su fuero interno. No se lo merecían, pero…

Su objetivo es ahora trabajar para restituir aquel pecado, ya que nunca pudo imaginar que acabaría entrenando al Barcelona. No lo dice, ni lo insinúa en público, pero la gente que le conoce sabe que su objetivo es devolverle aquello consiguiendo el máximo número de trofeos. De momento, el único que ha disputado ya lo ha ganado, la Supercopa española. Quiere un Barça triunfante.

Flick se ha impuesto, pues, una especie de autovenganza. No lo exterioriza para no pasar la presión que se ha autogenerado a los jugadores, a los seguidores y al club. Sus anhelos van más lejos que un triunfo personal y una recompensa por el trabajo bien hecho. Se trata de borrar la crisis que causó el 2-8 en el Barça (recuérdese que Messi se quiso ir y Bartomeu lo impidió) y limpiar aquel borrón, un borrón impropio de un club como el Barça del que fue involuntario protagonista.

Las perspectivas son buenas para que pueda cumplir su gran secreto y librarse de esa pesadilla. Con una plantilla mezcla de jóvenes y veteranos, Flick ha devuelto la ilusión al barcelonismo, ese barcelonismo que él sumió en una depresión en Lisboa hace cinco años y que, ahora, se toma como algo personal borrarlo para siempre.