El Barça por fin ha admitido lo que era un secreto a voces: no volverá al Camp Nou esta temporada. El exilio a la montaña mágica completará dos temporadas y es un tiempo más que suficiente para decir alto y claro que han sido dos temporadas de calamidades para los (pocos) socios del club que le mostraron su fidelidad al equipo y a la entidad.

El boquete económico de Montjuïc se cifra desde el club en 100 millones de euros por temporada, esfuerzo necesario para remodelar la casa propia y maximizar los beneficios durante las próximas décadas. Pero el socavón social es gigantesco.

Cuando el Barcelona decidió empezar las obras e irse de alquiler al Estadio Olímpico, solo 17.000 socios se mudaron con su equipo. El Barcelona pasó de tener un bloque de más de 80.000 abonados a tener solo 20.000, síntoma de la excedencia que se ha tomado el propietario del club en esta época de zozobra económica.

El área social y de marketing ha intentado incentivar la asistencia a Montjuïc de los aficionados locales, aplicando descuentos a los residentes de Barcelona o incluso montando fiestas previas a los encuentros en el Poble Espanyol, una iniciativa que nunca cuajó. La prohibición de subir en coche, las averías en las escaleras mecánicas, el frío y los trayectos en autobús han sido un escollo evidente para una actividad de disfrute como es el fútbol.

Subir a Montjuïc ha sido, desde el primer día, un acto de fe azulgrana. En la tribuna del estadio se habla de todo menos catalán y la amplia presencia de turistas extranjeros permite que el estadio presente, habitualmente, entradas por encima de 40.000 espectadores.

Los aficionados del Barcelona de toda la vida se esconden en los fondos, alejados del campo por una pista de atletismo gigantesca que convierte el estadio del Barça en un escenario frío, sin alma ni capacidad de intimidar. Y para más inri sin un asiento fijo, brindando las mejores entradas a los no habituales, una muestra de desprecio al socio difícil de entender.

La guinda de este pastelón ha sido la guerra abierta a la Grada de Animación. Su expulsión ha dejado imágenes cómicas, como una charanga de 15 personas comandando los cánticos de todo el estadio y otras preocupantes, como la afición de Benfica o de Atalanta convirtiendo al Barça en visitante en su propio estadio. Incluso la plantilla, que celebró de manera icónica la goleada contra el Bayern, se siente huérfana en su propio campo.

El culmen del despropósito fue cuando cuatro friquis apedrearon el autocar de su propio equipo en el partido contra el Paris Saint Germain. Ese día entendimos que ni Montjuïc es casa ni la liturgia generada en el estadio se parece en nada al Liceo futbolístico que era el Camp Nou.

Por suerte, el equipo de Flick está llamado a hacer grandes cosas este año y los inconvenientes deben dejarse atrás para acompañar al Barça en un final de temporada que apunta a ser histórico. Pero urge volver a casa. Y, por favor, premien en el nuevo estadio a los que han estado a las duras y a las maduras. Tengan o no tengan abono en el Camp Nou. Ellos son lo más fiel al Barça que jamás encontrarán.