La inmediatez de las redes sociales y el abismo al que nos someten los nuevos líderes que marca el tablero geopolítico mundial han provocado un cambio de perspectiva en la manera de informar. El código deontológico periodístico se incumple de forma permanente y es una lástima que adaptarse a los nuevos cambios se confunda con hacer marcha atrás en según qué valores indiscutibles hasta ahora. En la práctica del periodismo deportivo esto también lo hemos visto muchas veces y la que vivimos este sábado pasado por la muerte del doctor del FC Barcelona, Carles Miñarro, no es una excepción.

Cuando todavía ni su propia familia era consciente de tal desgracia, algunos ya se apresuraban a través de su micrófono a dar pistas del perfil de la víctima, como si estuviéramos ante una partida del Quién es Quién. La especulación afloró en un intento de hacer una carrera para ver quién era el más rápido del colegio en dar el nombre definitivo. Una falta de respeto absoluta porque el FC Barcelona esperaba dar el comunicado oficial hasta que no tuvieran la conformidad de la familia del doctor. Un aspecto que el mismo presidente del club azulgrana, Joan Laporta, detalló posteriormente en un canutazo para la televisión del club.

Pero en esta carrera llena de sarcasmo entre algunos perfiles que nunca más deberían estar en la profesión también afloró el de otros profesionales que rectificaban públicamente el esperpento que demostraban sus compañeros o compañeras. Como el caso de DAZN, que tenía los derechos del partido ante el Osasuna. Para no poner más el dedo en la llaga, no quiero dar nombres: ni de los buenos ni de los malos profesionales. Pero sí constatar que la pérdida de valores no tiene freno.

Otro caso que recuerdo muy bien, como si fuera hoy, es el día que Juan Carlos Unzué padecía la enfermedad del ELA. Por aquel entonces, un 18 de junio de 2020, hubo una periodista que violó nuevamente las normas y avanzo que el exportero tenía esclerosis lateral amiotrófica antes que él mismo lo anunciara desde las instalaciones del Barcelona, donde nos había convocado a todos los medios para informarnos de forma oficial. No quiero dar nombres, nuevamente. Pero todos sabíamos lo que iba a anunciar, pero por respeto debía ser él quien diera la noticia. No se trata de señalar a nadie en concreto, pero sí constatar la triste realidad: el abismo hacia un mal periodismo, sin escrúpulos ni respeto por los vivos, ni los muertos.