Paranoia: Término que se utiliza en el ámbito de la psiquiatría y la psicología clínica para describir un estado mental caracterizado por delirios de persecución, grandeza, desconfianza o sospecha injustificada hacia otros.
Efectivamente, Florentino Pérez ha convertido al Madrid en un club que sufre de paranoia persistente. La carta al Consejo Superior de Deportes reclamando que acaben con el sistema arbitral es el último ejemplo de la decadencia institucional a la que el presidente del Madrid ha llevado a los suyos.
Hace bastante tiempo que el club blanco ha perdido peso y autoridad en las instituciones. Tiene manía persecutoria respecto al Comité Técnico de Árbitros (CTA) y está de uñas con la Liga, la UEFA y la asociación europea de clubes (ECA). Y el último encontronazo ha sido con la nueva Federación Española de Rafael Louzán, ya que no ha accedido a una serie de cambios que el club blanco “sugirió”.
La carta al CSD es un paso gigante en la escalada bélica que el Real Madrid mantiene con el CTA a partir de su canal de televisión. Si no lo han hecho, les recomiendo, como simple ejercicio sociológico, recuperar los 20 minutos del postpartido del último derbi que hizo Real Madrid TV y comprobar que viven instalados en una realidad paralela. El asunto de debate y sus argumentos son desternillantes y delirantes a partes iguales. Ese programa se ha convertido en un digno competidor de Los Morancos, La Revuelta o Polònia con un gag que se repite con frecuencia, el de "la mugrienta Liga Negreira”.
Hay que reconocer que, como pasatiempo, puede llegar a ser divertido (es café para muy cafeteros, todo sea dicho). Pero la realidad nada tiene que ver con los dislates que se propagan desde ese brazo armado del club blanco. El Madrid lleva un balance favorable de 9 penaltis (diez a favor y solo uno en contra). El del Barcelona es de más uno y el del Atlético, de menos uno. A Endrick le perdonaron la expulsión por agresión (pocas veces se ha visto un rodillazo en los testículos más claro que el del brasileño a un jugador del Alavés). Se ahorraron una la roja a Modric contra el Atleti, otra a Camavinga y una más a Vinicius contra el Barça en la final de la Supercopa de España. A su vez, obviaron un penalti evidente contra el Celta en la eliminatoria de la Copa del Rey, que habría cambiado el signo del partido, ya que la acción inmediata acabó en gol de Mbappé.
Al Barça, sin embargo, le birlaron un penalti a Dani Olmo en la jornada tres contra el Rayo, otros dos contra Las Palmas en Montjuïc y uno más a Koundé en Getafe, el que Laporta definió “como un castillo de grande”. Además, le han anulado goles que deberían haber subido al marcador como el de Lewandowski en Anoeta por un fuera de juego inexistente.
Es una verdad de Perogrullo que los errores arbitrales siempre han sido inherentes al fútbol, pero nunca antes se había alcanzado este nivel de enajenación que presenta, semana tras semana, el Real Madrid. Los de Chamartín son un club que ha perdido peso en los estamentos y que pretende imponer, por la fuerza bruta mediática, a sus secuaces dentro el sistema. La declaración de guerra del Madrid a los árbitros no persigue cambiar el sistema, sino coparlo con gente afín. Para muestra, un botón: Yolanda Parga, mujer del delegado arbitral del Real Madrid, Megía Dávila, es la encargada del arbitraje en el fútbol femenino y ojeadora arbitral de partidos de Primera División. Es decir, un conflicto de intereses en toda regla.
Ante esto, el Barça y Laporta deben ser astutos, desmarcarse de la Superliga y tejer más complicidades que nunca con la Federación, La Liga, la UEFA y la FIFA. La Superliga ya es un proyecto fallido y el Barcelona debe separarse de una idea fantasma y establecer buenos vínculos y lazos estrechos con el mundo del fútbol español. Laporta ha empezado a hacerlo asistiendo a la asamblea de la RFEF, el pasado lunes. También sumó su granito de arena el vicepresidente, Rafa Yuste, la semana pasada, acudiendo a la reunión con los árbitros “para hacer piña con todos los equipos del fútbol español”.
El caso Negreira tuvo su génesis a finales de los años 90 en una obsesión paranoica del presidente del Barcelona de turno. El hartazgo de los dirigentes catalanes por unos supuestos tratos de favor al Madrid provocaron los pagos al vicepresidente de los árbitros. El propio Negreira, cuando declaró ante la Agencia Tributaria, declaró que se buscaba “que todo fuese neutral”. Fue un gesto sucio que ha dañado la reputación del Barcelona y de los árbitros durante 20 años.
Ahora el Madrid pretende lo mismo: influir en las decisiones y en los despachos, pero sin aflojar la panoja. Eso sí, Florentino tiene un gran handicap: como no se habla con nadie, ni con la UEFA, ni la RFEF, ni el CTA, ni por supuesto, con Javier Tebas, no puede influir entre bambalinas. Y por ello ha decidido ir a la guerra. Los clubes no deben permitir que el Madrid se salga con la suya. Lo más inteligente es que el fútbol español al completo le haga ghosting (es decir, no hacerle ni caso) y que sus chifladuras caigan en saco roto.
Negreira saltó del sistema hace siete años y el Madrid usa su nombre para intentar influir en la trastienda del fútbol para así poner a su gente en los cargos directivos que más le convenga. Los clubes deben ser conscientes de lo que persigue Florentino Pérez y pasar olímpicamente del Madrid. Louzán, sé fuerte.