Diego Armando Maradona no pasó una etapa plácida en Barcelona. Sus dos años de azulgrana estuvieron rodeados de polémicas, adicciones, mujeres, enfrentamientos con el presidente Núñez, así como marcados por una hepatitis y una grave lesión que le tuvieron buena parte de ese tiempo en la enfermería. Se puede decir que no se le recuerda con especial cariño.
Sin embargo, alguien tuvo la brillante idea de que era el momento para que Maradona regresara a Barcelona en forma de holograma dentro de un parque temático dedicado a su persona.
Se llamaba Diego Vive, en la sala Metrònom del Born y, como su andadura futbolística en el Barça, esta exposición inmersiva rozó el fracaso –entendido como el incumplimiento de las expectativas generadas–.
Ya sea por falta de publicidad, ya sea porque no dejó huella como jugador en el Camp Nou, o porque hace demasiados años, más de 40, que vivió en la ciudad, lo cierto es que Diego Vive no tuvo el apoyo esperado del público. Hasta el punto de que la organización reventó el precio de las entradas en las últimas fechas para salvar la inversión, que no es poca.
Pero hay más. En Nápoles, donde elevaron al Pelusa a la categoría de Dios, la muestra tampoco tuvo tantas visitas como se preveían, según confiesan los trabajadores.
Y es que, a decir verdad, es cierto que el parque temático cuenta con las últimas tecnologías en algunos puntos, y que permite al visitante jugar con el balón. Pero también lo es que no aporta nada, y que apenas se encuentra material original en ella.
Es lo que tiene exprimir la gallina de los huevos de oro. A Maradona nunca le gustó el fútbol-negocio. Se está cobrando su venganza desde el más allá.