Hay que reconocer que Hansi Flick es un tipo que cae bien. Su comportamiento, tanto fuera como dentro del campo está siendo intachable -independientemente que a un colegiado se le cruzaran los cables y decidiera enseñarle la roja por alzar los brazos-, su manera de entender el fútbol ha enganchado a una afición que vivía en un preocupante estado letárgico en estos últimos años, sus ruedas de prensa son un compendio de equilibrio y sentido común, y su manera de gestionar el vestuario está siendo tan implacable como impecable, con Jules Koundé como mejor ejemplo de que nadie está por encima del equipo.
Cualquier otro entrenador estaría ya en el cadalso a punto de poner la cabeza en la soga tras sumar 5 de los últimos 21 puntos posibles en LaLiga, pero a Flick se le perdona todo. Es verdad que las bajas han condicionado mucho, sobre todo la de Lamine Yamal -piedra angular del proyecto-, y que el equipo ha bajado uno o dos peldaños físicamente -ni el método Pintus puede sostener un equipo toda la temporada al 100%-, y ya no digamos en su eficacia de cara a puerta, con Robert Lewandowski fallando más que una escopeta de feria, pero todo eso, y más, se le perdona a Flick. 
Sólo hay que ver la última derrota contra el Atlético -la tercera consecutiva en Montjuïc- para comprobar que el proyecto del técnico alemán se sustenta en unos pilares muy sólidos. La afición abandonaba el estadio decepcionada por el resultado, pero sin ningún reproche al equipo y aún menos al técnico. De hecho, para muchos fue el mejor partido de la era Flick. Sólo el infortunio impidió que el Barcelona saliera con una goleada de escándalo ante los colchoneros, que ahora mismo se las prometen muy felices tras encarrilar su decimosegunda victoria consecutiva y encabezando la clasificación, aunque jugando así, está claro que acabarán mordiendo polvo, más pronto que tarde.
No hace mucho tiempo, a Ernesto Valverde lo fulminaron por perder en las semifinales de la Supercopa de España ante el Atlético de Madrid. Una decisión polémica y que acabó causando estragos en el barcelonismo: primero, porque el equipo era aún líder en LaLiga y el partido ante los colchoneros había sido el mejor de la temporada y segundo, porque su sustituto, Quique Setién, resultó ser un error calamitoso en todos los frentes, con el 2-8 ante el Bayern de Flick como último eslabón. Eran otros tiempos, con un Josep Maria Bartomeu superado y desbordado al frente de la nave, y una dirección deportiva desnortada, con Eric Abidal como principal comparsa.
Desde la época de Luis Enrique, no hay un entrenador que tenga tanto apoyo en todos los sectores del barcelonismo como Flick. Valverde siempre fue señalado por ser demasiado 'amarrategui' en sus planteamientos, Quique Setién fue siempre visto como un señor entrañable que paseaba flanqueado con vacas, Ronald Koeman no supo convencer nunca a Laporta, que lo veía un hombre de la anterior junta, y Xavi Hernández se vio superado por las circunstancias, acumulando enemigos, tanto dentro como fuera del club, por su obcecación en busca de teorías conspiranoicas contra él y los suyos.
Flick ha sabido moverse con inteligencia y sentido común en este marasmo de ecosistema. Parapetado en un sistema valiente y ofensivo, ha buscado la complicidad de sus jugadores y de la afición desde el primer día, con resultados excelentes. Da igual que le hayan arrebatado el liderato prácticamente en el último día del 2024 y que los altavoces de la caverna empiecen a insuflar su mala baba habitual, lo cierto es que muy pocos han abandonado el barco de Flick, conscientes que con el alemán al frente, los éxitos y los títulos llegarán tarde o temprano.