El estilo presidencialista de Joan Laporta se parece cada vez más al de Josep Lluís Núñez, aunque su capacidad de gestión esté en las antípodas. Hoy, el Barça vive atormentado por su delicada situación económica y la torpeza de un presidente rodeado de palmeros tras la fuga de directivos y ejecutivos solventes como Eduard Romeu y Ferran Reverter.
La pasada temporada fue un desastre y Laporta fulminó a todos los entrenadores menos a Antonio Carlos Ortega, máximo responsable del equipo de balonmano. Incluso se marchó Jonatan Giráldez, campeón de todo con el Barça Femenino, pero harto del desgobierno del club.
Laporta, acorralado, despidió a Xavi Hernández semanas después de ratificarlo como entrenador del primer equipo de fútbol masculino. En una decisión trascendental, apostó por Hansi Flick, el técnico que le endosó el 2-8 al Barça en Lisboa con el Bayern de Múnich. El presidente puso el club en manos del equipo, como tantas veces ha pasado en el Barcelona.
El Barça de basket también necesitaba cambios y Laporta sentenció a Roger Grimau, el técnico del que poco antes hablaba maravillas, tras cargarse a Jasikevicius, Higgins y Mirotic de un plumazo. Argumentó Laporta que sus salarios eran muy elevados, pero fichó a Willy Hernangómez tras ofrecerle 12,5 millones de euros por tres resultados, una cifra escandalosa incluso para Florentino Pérez, que no quiso igualarla y retener al pívot madrileño.
La crisis del Palau, una vez más, se cerró en falso. La elección de Joan Peñarroya no ha cambiado nada. O casi nada. El técnico de Terrassa, con una plantilla con más músculo y talento, tiene más experiencia y carácter que Grimau, pero los actuales resultados son peores que los del curso pasado.
En el Lluís Companys, mientras, Flick se desespera. Arrancó el Barça como una moto, pero ahora es un equipo gripado. Cada vez se parece más al de Xavi. La eclosión de Marc Casadó, la transformación de Raphinha, la pegada de Lewandowski y la magia de Lamine Yamal no son suficientes. Con una marcha menos, el Barcelona es un equipo vulnerable.
Flick sorprendió inicialmente, pero su plan ya ha sido descifrado por sus rivales. El problema es que la segunda unidad es muy floja. En algunos casos porque algunos futbolistas todavía necesitan tiempo (Héctor Fort) y en otros porque los jugadores ya no son lo que eran, como Ansu Fati y Frenkie de Jong.
Laporta, cada día más autoritario, logró que los socios aprobaran sus cuentas en una asamblea de compromisarios impresentable, telemática para evitar la discrepancia. Y en plena crisis activa otra batalla con la Grada d'Animació, porque el presidente no tolera que se cante en su contra y prefiere los ingresos de los turistas a la fidelidad de los socios más fanáticos.