Desde la llegada de Hansi Flick, el Barcelona parece estar viviendo en un cuento de hadas, donde todo se ve con color de rosa y transita por adoquines amarillos hacia el país de Oz. El entrenador alemán ha empaquetado los malos rollos del pasado --con la ayuda de su desconocimiento del idioma y del entorno--, ha aparcado las excusas y se ha erigido como algo así como un líder discreto, elogiado y alabado allá donde va. Si a todo esto, añadimos una puesta en escena perfecta, con sus apariciones en las ruedas de prensa como mejor ejemplo, donde no hay ni una palabra altisonante, ningún gesto crispado y ninguna salida de tono, nos encontramos ante el entrenador idóneo para una etapa tan convulsa como la actual.
Pero Hansi Flick es humano y, como tal, imperfecto. Y, por mucho que se ha empeñado el técnico alemán, hay cosas que no pueden ser, por más horas y terapia que le dedique. Hay que recordar que una de las cosas que más se le ha aplaudido a Flick, en este inicio de temporada, es haber sabido potenciar las virtudes de algunos jugadores que parecían perdidos en un laberinto tan intrincado como peligroso. Futbolistas como Raphinha o Pedri habían acabado la temporada señalados y prácticamente al pie de los caballos. Otros, como Lewandowski, parecían que tenían ya los dos pies fuera del club. Tres jugadores que, con la llegada de Flick, han sufrido una metamorfosis que ni la imaginación privilegiada del escritor checo, Frank Kafka, hubiera sido capaz de vislumbrar. Ahora mismo estos tres jugadores, con permiso de un exultante e insultante, Lamine Yamal, están llevando en volandas el proyecto de Flick.
Sin embargo, hay un jugador que se resiste, que no es capaz de dar el paso adelante, que por mucho que lo intente, acaba siempre muriendo en la orilla. Estamos hablando del tiburón Ferran Torres. Un escualo de agua dulce, que de vez en cuando asoma la cabeza, pero para volver a la más oscura de las profundidades. No vamos a discutir la profesionalidad de Ferran -nos consta que le ocupa y preocupa su rendimiento, hasta el punto de ponerse en manos de profesionales fuera del club-, pero lo cierto es que no acaba de encontrar su paraíso terrenal. En el purgatorio eterno que parece estar viviendo, Ferran es la imagen de un futbolista sin suerte, que parece empeñado en tropezar siempre en la misma piedra.
Flick ha intentado mil y una maneras para rearmar al valenciano, pero los hechos confirman que no se ha acabado de salir con la suya. Evidentemente, no da su brazo a torcer -como sí hizo Xavi Hernández en su última etapa-, pero cada día que pasa el pesimismo en el técnico se hace más evidente. Ni tan siquiera las dos últimas titularidades le han servido para levantar la cabeza. Lo intenta todo, pero no le sale nada. Aun así, hay que aplaudirle su esfuerzo y encomio. Ferran no regala nada, le salgan o no las cosas.
Lo que está claro es que a Ferran se le están acabando las oportunidades. El regreso de los lesionados (Gavi, Fermín y Olmo), junto al buen momento de Raphinha, Lewandowski y Yamal, dejan al de Foios en una situación muy complicada. Puede que este domingo en Mendizorroza tenga la última posibilidad de hincar el diente. Si no lo consigue, tendremos al tiburón adentrándose en lo más profundo del océano, sin rumbo y a la deriva.