Una de las áreas de desgaste más evidentes del modelo de juego del Barcelona en este siglo ha sido, sin duda, la portería. Desde la valoración preliminar, a menudo cruel, sobre la idoneidad de los guardametas que llegan al Camp Nou hasta el examen de su desempeño en todo tipo de partidos, Clásicos y finales incluidas, en ningún club del planeta se somete a escrutinio de manera tan continua y tamizada el desempeño de su portero titular. Todos los guardavallas del mundo pasan mucho tiempo al sol, pero solo los del Barça viven igual de acechados por la sombra de la duda.
Cualquier cancerbero que llega a entrenar por primera vez a Sant Joan Despí es consciente de esa exigencia. Y Marc André Ter Stegen, señalado en la derrota de Mónaco y malhadadamente lesionado de gravedad en Villarreal, no es una excepción. En el verano de 2014, un entonces joven portero del Borussia Moenchengladbach aceptó el reto de desarrollar como azulgrana su ya extenso catálogo de virtudes: sobriedad no exenta de agilidad por alto y por bajo, entereza en el mano a mano y una calidad singular para jugar con los pies. Esta última, prioridad máxima para un equipo obsesionado por generar espacios para atacar a partir de sus dos líneas más alejadas entre sí: la delantera, usando la presión alta, y la portería y el eje de la defensa, mediante la atracción de los rivales.
Las primeras temporadas de Marc en el Barça fueron brillantes, con momentos estelares y ahora un tanto injustamente olvidados como aquel partido en Múnich en la Champions de 2015. Pero sus problemas de espalda, su competencia con el chileno Claudio Bravo durante dos temporadas que se le hicieron eternas, la imposibilidad de heredar la portería de Alemania ante la longevidad de Manuel Neuer o su comparecencia en las debacles de Roma, Liverpool o Bayern han marcado su ya larga carrera mucho más que un número notable de buenas actuaciones. Ya lo ve, astuto lector: sombras por todas partes.
Tras una temporada 22/23 de aparente catarsis, la singladura de Ter Stegen ha sido pura zozobra hasta su catastrófico naufragio de esta semana. A su señalamiento, en parte injusto, tras la derrota en el debut blaugrana en la nueva Champions lo siguió el espantoso chasquido de su rodilla en el siguiente partido. Una lesión que ahonda en lo que peor le sienta al Barça actual: la incertidumbre.
MAtS ha dejado de golpe de ser un activo para el club porque, en un caso similar a los de Araújo o De Jong, ni puede jugar ni el Barça lo puede vender. Pero una cosa está clara: incluso aunque vuelva en plena forma, asunto dudoso, el Barcelona necesita encontrar cuanto antes a un nuevo gran portero. Y si Ter Stegen, ojalá felizmente recuperado y a su mejor nivel, sigue en la plantilla durante el resto de años que le restan de contrato, no tendrá más remedio que acostumbrarse a convivir con una sombra más oscureciendo el cielo sobre su cabeza.
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