A Joan Laporta, el cuerpo le pide marcha. No es una persona discreta ni comedida y mucho tuvo que contenerse en el pasado mercado de verano. El Barça solo pudo fichar a Pau Víctor y a Dani Olmo. Y gracias. El mediapunta de Terrassa se perdió dos jornadas de Liga y fue inscrito por la lesión de Andreas Christensen. El presidente, en cambio, no pudo seducir finalmente a Nico Williams. Era la contratación que más le ilusionaba y que más le pedía la masa social barcelonista.
Laporta vive una realidad compleja. En su primera etapa como presidente del Barça fichó a Ronaldinho, Eto'o, Henry e Ibrahimovic. Desde 2021, en cambio, su contratación más ilusionante ha sido la de Robert Lewandowski, gracias a la complicidad de Pini Zahavi, representante del delantero polaco y antiguo socio suyo. Lewandowski ya tiene 36 años y fue el plan B al fallido fichaje de Erling Haaland.
El Barça ya no puede contratar a las grandes estrellas. A los futbolistas más deseados. Ni fichó a Haaland en 2021 ni tan siquiera pujó por Kylian Mbappé. Tampoco pudo incorporar a Bernardo Silva, un gran futbolista, pero sin la etiqueta de crack. Y, de momento, lamenta que Nico Williams siga en el Athletic porque al delantero de Pamplona no pudo prometerle su inscripción inmediatas.
La realidad del Barça es cruel. Impropia de su historia más reciente. Laporta va loco con los números rojos de un club que ha hipotecado muchos activos para maquillar sus miserias. Hoy más que nunca, el máximo dirigente se agarra a su entrenador, a un Hansi Flick que ha sido muy bien recibido en Barcelona. El debate sobre el famoso ADN parece relativizarse.
Laporta se equivocó con Koeman, a quien maltrató tras ganar la Copa del Rey. También despidió de mala manera a Xavi Hernández, quien había perdido el control del vestuario. Contra las cuerdas, acertó al contratar a Flick, un técnico tan metódico como exigente, una persona de pocas palabras y cercano a los futbolistas.
Hoy, Laporta y sus colaboradores aplauden que los jugadores del Barça vayan como motos, que presionen al rival hasta la extenuación. Cuatro victorias han bastado para que el presidente se haya soltado, aunque las tres primeras fueron sufridas y sin grandes alardes. Ha pasado de cero a 100 en un plis-plas, desbocado como está, soñando ya con ganarlo todo.
El Barça ha arrancado bien, pero su motor puede gripar en cualquier momento. La moto tiene muchas piezas averiadas y Laporta acelera demasiado. Puede estrellarse en cualquier momento. Haría bien en gestionar mejor sus emociones, no vaya a ser que los culés se crean que tienen el mejor equipo del mundo y que su economía es boyante. En tiempos de populismo y discursos radicales, el Barça necesita ilusión, pero también discreción y saber frenar cuando lleguen las primeras curvas.