Diez años después de irse a hacer las Américas (o las Croacias), Dani Olmo debutó con el Barça por la puerta grande. El de Terrassa cambió la cara de un Barça impreciso en la primera mitad. Las ganas con las que entró Olmo al terreno de juego son las del hijo pródigo, que volvió a casa tras una década formándose para convertirse en el jugador que es. La historia de Olmo es una comedia romántica del fútbol. Tuvo un guion atípico para alcanzar el fútbol de élite, pero al final el protagonista vuelve a casa y cumple su sueño de niño.

Con 16 años, la familia Olmo Carvajal recibió una oferta del Dinamo de Zagreb que le garantizaba a un joven de 16 años jugar en primera división a muy corto plazo. Sin embargo, cuando fueron a hablar con los responsables del fútbol base, el único proyecto deportivo que le plantearon fue subir al juvenil B. Fue entonces cuando Olmo hizo el petate y emigró hacia una liga menor. Allí contrató una estructura profesional y de la mano de su padre, Miquel Olmo, entrenador y preparador físico, escaló hacia el primer equipo del Dinamo. Después llegó a Alemania dos meses antes de la pandemia y el resto es por todos conocido: el Leipzig, la mili en el fútbol alemán y la jura de bandera en la Eurocopa, convirtiéndose en el mejor jugador y máximo goleador del torneo.

Además, Olmo podría haber regresado a casa bastante antes. El Barça se lanzó a por él, pero finalmente apostó por Ferran Torres y Olmo se quedó con un palmo de narices. El de Terrassa, agradecido con el Leipzig por hacerle crecer como jugador, renovó el año pasado su contrato y fijó un precio de traspaso que hiciera posible su vuelta a casa. Finalmente, por la insistencia de Deco en el fichaje y porque se arriesgó a firmar pese a no tener garantizada la inscripción, Olmo cumplió su sueño.

Su fulgurante y estelar aparición contra el Rayo es de las que se recordará durante muchos años en can Barça. Por el qué: un debut con un gol que valió tres puntos. Y por el cómo: el catalán cambió por completo la cara del equipo desde el primer segundo que pisó el césped, comandando, junto a Pedri, la resurrección del Barça en Vallecas. Ayer nació el Olmopedrismo.

Porque las lesiones han provocado que muchos olviden lo bueno que es Pedri. El canario encontró en Olmo un jugador que habla su mismo idioma y la puesta en escena promete noches de gloria. Anotó el gol del empate, dio sentido al juego del Barça y auguramos que congeniarán de maravilla en el once de Flick.

El de Tegueste ha vivido durante los últimos dos años la tortuosidad de una lesión casi crónica. El muslo le trajo por la calle de la amargura y ahí apareció la soledad de Pedri. El tinerfeño se sintió a menudo solo y poco protegido por el club. Su dolencia generó discusiones internas, hubo quien le acusó de prepararse con el Barça para jugar con la Selección y se lanzaron bastantes bulos sobre su vida privada.

Su propio hermano Fernando, harto, salió al paso de los rumores sobre las fiestas de Pedri en sus redes sociales. Los que conocen bien la noche de Barcelona saben que Pedri no es de los asiduos. Pero ya se sabe que el argumento populista de un (falso) exceso de fiesta siempre cuaja entre los aficionados cuando las cosas no van bien.

Qué poco dura la alegría en la casa del pobre

Pese a la gran victoria en Vallecas los jugadores se retiraron tristes por la lesión de Marc Bernal. Hoy le harán pruebas, pero las primeras exploraciones apuntan a una lesión de ligamentos cruzados de la pierna izquierda. La injusticia se ceba con la nueva perla de la Masía. Cuando habíamos encontrado un jugador magnífico para cubrir la baja de Busquets, la desgracia se ceba con él. Volverá más fuerte, como hacen todos los veteranos. Porque a sus 17 años, Bernal juega como tal y se recuperará como tal. Su entorno es maravilloso y eso siempre suma, y mucho, en la carrera de un futbolista. Ánimo, Marc.