El Barça, amén de una pachanga elegante contra el Olot, lleva solo dos partidos de pretemporada, saldados con un empate ante el Manchester City de Guardiola y la ya tradicional victoria contra el Real Madrid de todos los veranos. Las primeras sensaciones dadas por el equipo bajo la dirección de Hansi Flick son francamente positivas. Sobre todo por obra, una vez más, de ese Potosí del fútbol que es La Masia, de cuyas vetas nunca dejan de brotar mediocentros que juegan a dos toques, laterales que suben y bajan por ambas bandas, interiores de empeine sofisticado y paracaidistas que alegran los corazones a ritmo de gol. 

El más nuevo y rutilante de ellos, Pau Víctor, escribe comedias románticas con final feliz cada vez que pisa el área. Pero también nos está descubriendo un sentimiento menos amable hacia el futbolista que lucirá en su espalda el '9' del Barça la próxima temporada, al igual que lo hizo en las dos anteriores. El gol es así, generoso y también cruel, no importan la edad ni el currículo de sus pretendientes.

Pau volverá a ser un muchachito de Sant Cugat con guijarros en las botas en cuanto falle tres o cuatro ocasiones seguidas. Y todo fue amainar el torrente de goles que Robert Lewandowski derrochó durante sus primeros meses en el Barça y empezar a parecernos mal no solo su rendimiento como delantero sino prácticamente todo su ser: esos eternos giros cuando recibe de espaldas, como una mañana lluviosa de lunes en la Ronda de Dalt, sus abdominales de prejubilado de La Caixa ocioso, esos ridículos saltitos previos a lanzar los penalties, sus inenarrables videos practicando bailes de hombre cishetero mientras escucha el Spotify de sus hijos adolescentes, y esos altivos, estridentes y repugnantes sermones que le pega de vez en cuando a Lamine Yamal cuando el prodigio decide, por la razón que sea, no pasarle el balón.

Demasiado lejos queda el recuerdo de Lewa con una camiseta amarilla y negra levantando cuatro magníficos dedos, y el barcelonismo asume una realidad cada vez más melancólica: el objetivo de su extraordinariamente bien pagado delantero no es tanto ganar el Pichichi o la Bota de Oro como no estorbar. Siendo de todo punto imposible que el bueno de Robert y sus rodillas descumplan años, se ven cada vez más claros los motivos por los cuales, y por desgracia, me temo que vamos a odiarle. Son los mismos por los que Xavi quería venderlo. Y también por los cuales Flick deberá esmerarse en protegerlo si quiere que Robert provea a su difícil empresa de un mínimo valor añadido. Para empezar, sentándolo en el banquillo de inicio en esos partidos en los que la presión alta y en bloque no sea un brindis al sol sino una cuestión de vida o muerte.

P. D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana