Robert Lewandowski ha protagonizado uno de los desengaños más fuertes que Xavi Hernández recuerda en el terreno profesional del fútbol. Gracias al de Terrassa, el delantero polaco llegó con un súper sueldo, con una cláusula que le mejora temporada tras temporada lo que cobra y con el aval de un entrenador que, teóricamente, tenía el respeto de haber sido una figura venerada como futbolista. Un final de carrera soñado para cualquier crack, sin tener en cuenta las migajas que pueda recoger en competiciones residuales en Arabia o Estados Unidos cuando acabe su paso por el Barcelona.
Por todo ello, que Lewandowski se dedique a cargar contra Xavi cuando ya ha sido despachado, sobra. ¿Acaso no tuvo suficiente montando una comida entre jugadores para intentar hacerle el vacío en la recta final de temporada? ¿Qué queda del respeto mutuo que dos figuras como ellos se deberían tener? ¿Qué tipo de capitán es el que habla del pasado y no del presente?
Es evidente que no se entrenaban bien, pero el valor de las palabras cobra más o menos sentido, dependiendo del momento en que se explican. A toro pasado, es muy fácil hablar. Y también resulta demasiado fácil intentar vender que el polaco no ha estado al nivel solamente por culpa de Xavi. Cabe recordar que Robert es un jugador que, cuando llegó, nos tuvimos que tragar durante semanas el rollo de que su mujer es nutricionista y que él se cuida mucho. La edad pesa y ni Xavi, ni Flick, ni el equipo de fisioterapeutas que vengan podrán hacer miraculos.
Es evidente que con Xavi no se entrenaba suficiente, pero ya que ha querido entrar en el jardín, quizás hubiera sido de agradecer que, en su momento, se hubiera negado a según qué esperpento de situación donde él era un auténtico cómplice. Como por ejemplo que los directivos y amigos y conocidos de la junta entrasen en vestuarios y salas de fisioterapeutas sin avisar o que dieran fiesta a las puertas de un partido importante, avisando con poca antelación y solamente por el mero capricho de familiares o personas del círculo más personal de los técnicos, a los cuales les apetecía hacer el típico viaje a Disneyland Paris de turno. Pero entonces, no salía el bueno de Robert a reclamar más profesionalidad. Él hacía lo mismo y disfrutaba de su descanso merecido (o no).