Hace poco más de una semana que Joan Laporta, iracundo ante la humillación que vivió el equipo en Girona, retó abiertamente a sus acompañantes -asesores y consejeros incluidos- a buscar soluciones ante tanto despropósito. "¿Y ahora qué hacemos?", fue su forma de implorar ayuda ante una nueva temporada echada por la borda de la forma más cruel. No hubo respuesta, y si la hubo, no trascendió, pero es más que evidente que ha llegado la hora de tomar decisiones y asumir responsabilidades.

Lo primero que tendría que hacer Laporta es rebajar las expectativas, evitar las cortinas de humo, no llenarse la boca con mensajes irreales y totalmente inasumibles, encontrar respuestas económicas ante tanta precariedad -es verdad que las palancas han funcionado, pero otras (Libero) se han quedado apalancadas-, dejar de ser tan presidencialista, fichar un CEO, buscar un vicepresidente económico, evitar los discursos vacuos y sentimentaloides, apostar firmemente y sin aristas por su entrenador, tomar decisiones con la cabeza y no a base de impulsos, escuchar los consejos de los técnicos, preguntarse por qué se han marchado tantos buenos ejecutivos del club, empezando por Mateu Alemany y Jordi Cruyff, evitar los caprichos y los golpes de rauxa, gestionar el club como una multinacional y no como una empresa familiar, delegar en profesionales válidos, dar la espalda a los palmeros y acólitos, huir de la imprevisibilidad, hacer más autocrítica, ser más ejemplificante y edificante, no mirar siempre al Real Madrid -por mucho que una lona al lado del Bernabéu le hiciera ganar las elecciones-, soslayar la demagogia simplista, hacer menos de técnico y más de presidente, no agarrarse como un clavo ardiendo al lastre de la herencia como si fuera una navaja suiza, que vale para todo...

Es verdad que en este camino, el presidente tampoco ha contado con grandes aliados. Extrañó en su día la apuesta de Deco como director deportivo, con cero experiencia en estas lides, con el lastre añadido de haber cobrado una comisión como agente de Raphinha, una operación por cierto que aún tiene más sombras que luces. En su primer año al frente de la Comisión Deportiva su gran fichaje ha sido Vitor Roque por 61 millones (30 millones en fijos y 31 en variables), un jugador que los técnicos consideran que no tiene nivel Barça y que el club ya ha decidido que no seguirá la próxima temporada. Además, la relación con el actual técnico, Xavi, es estrictamente profesional, como se confirmó en el palco de Montilivi, cuando el director deportivo encaminó sus críticas directamente en el técnico.

Y Xavi tampoco lo ha tenido fácil este año. Empezó perdiendo de una tacada a dos aliados (Alemany y Cruyff), se quedó en aguas de borrajas sus peticiones de fichajes (Martín Zubimendi y Joshua Kimmich), tragó con Joao Félix, le hicieron una OPA hostil en la convocatoria, teniendo que incluir algunos jugadores que estaban fuera de la lista a petición de Deco y Laporta, estuvo cerca de la destitución tras la derrota ante el Villarreal (3-5) y su proyecto sigue en el aire y dibujando muchas incertidumbres, pese a la ratificación de hace dos semanas.

Y aun así, con todo este berenjenal en casa, Laporta se preguntaba "¿y ahora qué hacemos?", tras perder 4-2 ante el Girona, y quedar momentáneamente fuera de la segunda plaza, que da acceso a la posibilidad de jugar la Supercopa de España y una buena inyección de petrodólares. Pues nada, Joan, si tú no lo ves y tus adláteres tampoco, ya solo queda subir a Montserrat y cantarle letanías a la Moreneta...