El Barcelona de Xavi llega el domingo a la final de la Supercopa de España con una mochila demasiado cargada, con las piernas en plena flojera y con la mentalidad en estado de hibernación. Muchos condicionantes que dejan demasiadas dudas sobre el papel que será capaz de hacer el equipo ante un Real Madrid que se presentó en las semifinales como un toro miura con ganas de empitonar al primero que se le cruzara por el camino, en este caso el Atlético de Madrid.

Es verdad que un clásico es siempre un partido diferente y que da igual cómo lleguen los equipos, que siempre aparece el factor sorpresa para desestabilizar la balanza. El año pasado, sin ir más lejos, el Barcelona se presentaba a la final como un cordero degollado, sobre todo con el recuerdo de la derrota humillante en el Bernabéu de unos meses atrás (3-1), pero entonces apareció el orgullo herido de un puñado de hombres, que quisieron reivindicar su talento, poniendo patas arriba Riad, con un espectáculo magnífico, donde los de Ancelotti se convirtieron en las marionetas de Gepeto Xavi. Fue una explosión futbolística de tal calibre que sirvió a los blaugrana para espolearlos hacia la Liga, donde arrasó sin ningún tipo de aliciente.

Un año después, el equipo llega bajo unos condicionantes similares, quizás incluso peores: perdido en las catacumbas de la Liga, deshojando la margarita en la Champions y sin tenerlas todas consigo en la Copa. Ganar la Supercopa sería reanimar a un paciente que se encuentra en estado letárgico durante muchos meses y cada vez necesitando más respiración asistida para seguir sobreviviendo.

Todo puede pasar en un partido. La balanza está a un 50%, por mucho quese hable de la fortaleza del Real Madrid, de la mentalidad ganadora del equipo blanco y del momento de forma excepcional que atraviesa Bellingham. El Barcelona ya ha demostrado que es capaz de inhabilitar todos estos factores a poco que le ponga un poco de ganas. En el último clásico jugado en Montjuïc, los de Xavi llegaron a maniatar durante sesenta minutos a los blancos, pero al final el doblete del inglés acabó dando al traste con los planes del Barcelona.

Pero a veces la realidad es una losa demasiado difícil de levantar. Hace un año, el Barcelona se presentaba en la final con este once: Ter Stegen bajo los palos, una defensa formada por Araujo, Koundé, Christensen y Balde, con Sergio Busquets como pivote, acompañado de Frenkie y Pedri, y en ataque, Gavi y Dembelé, flanqueando a Lewandowski.

Un once que siendo sinceros se presenta mucho mejor al que alineará Xavi el próximo domingo. Para empezar en la portería estará Iñaki Peña, en la defensa sí que podrá repetir la misma línea, con Araujo, Koundé, Christensen y Balde, mientras que Frenkie será en esta ocasión el pivote, escoltado por Pedri y Gundogan, mientras que en ataque Lewandowski se presenta como el único seguro, pendientes de la recuperación de Raphinha, y con Ferran y Joao Félix en capilla. Un equipo digno, pero sin el nivel de talento y contundencia del de año pasado.

Que la plantilla de esta temporada tiene muchas deficiencias es evidente, que las lesiones no han ayudado, también, y que cada día hay menos paciencia con este proyecto, mejor ni mentarlo. Pero la resiliencia es un factor clave en el mundo del fútbol, y de eso Xavi tiene para dar y regalar...