Queda muy bien decir que en una plantilla hay 22 o 23 jugadores titulares, que nadie tiene el sitio asegurado y que la meritocracia es la que pone a cada uno en su sitio durante la temporada, pero lo cierto es que cuando el entrenador de turno tiene a todos sus hombres disponibles y se acercan los grandes partidos, se suele apostar por un once fijo, con los pesos pesados al frente, con muy pocas concesiones de cara a la galería, retocando una o dos posiciones a lo sumo.

Xavi Hernández no ha sido tampoco una excepción a esta regla universal del mundo del fútbol. Cuando ha llegado el momento en que se jugaba las habichuelas de verdad, el de Terrassa no ha tenido miramiento alguno, poniendo sobre el campo el mejor once, el que cualquier aficionado con dos dedos de frente recitaría de carrerilla. Y es que con las única salvedades de Ter Stegen, afectado por una lesión lumbar, y Gavi, recién operado de unos cruzados, el once que ha alineado en los partidos ante el Oporto y Atlético de Madrid no ha dejado margen a la duda.

Iñaki Peña, ovacionado y elogiado a partes iguales, bajo los palos; una defensa con los tres centrales juntos --Araujo, que jugará los próximos partidos con máscara protectora al estilo Zorro, Koundé, más convencido que nunca que la derecha es una buena opción si quiere seguir siendo importante, e Íñigo (se retiró tras notar molestias en el calentamiento cuando estaba en un momento dulce, siendo relevado por Christensen, que nunca desentona)-- y un lateral todo-terreno como Joao Cancelo, que le ha cogido el gustillo de jugar en la izquierda; un mediocampo integrado por Gundogan, cada vez más cerca de la versión del City, Frenkie, tras desbancar totalmente a un desangelado Romeu del pivote defensivo, y Pedri, reivindicándose a golpe de talento, y con Lewandowski liderando el ataque con menos goles de los que cabría esperar, flanqueado por Raphinha, más trabajador que nunca, y Joao Félix, empecinado en seguir en el Barça al precio que sea.

Ante el Girona no se espera tampoco mucho margen para la sorpresa. Es el colíder de la Liga, por lo que todo apunta que las rotaciones se aparcarán para el partido contra el Amberes en Champions. Si alguien quiere ver al tiburón Ferran, al capitán Sergi Roberto, o al experimentado Marcos Alonso tendrá que esperar todavía unos días. Caso aparte son los chavales de la cantera, como Lamine, Balde o Fermín. De hecho, su llegada al equipo ha sido una auténtica explosión de felicidad e ilusión, tanto dentro del vestuario como en las gradas.

Son jugadores que levantan ya pasiones, pese a su juventud. De ahí que el apelativo de revulsivos les viene como anillo al dedo. Con la llegada de Vitor Roque se espera que Lewandowski se sienta amenazado y le sirva como espoleta para proyectar su mejor juego. Y es que el polaco vive en una zona eterna de confort desde que fichó por el Barcelona, consciente que no tiene relevo, ni grande ni pequeño. El brasileño agitará el avispero, algo que los técnicos siempre agradecen. Lo que está claro es que la unidad B del Barça esta más cerca de la Z que de la A. Aparte de los canteranos citados, el resto de nombres no concitan al entusiasmo ni tienen el apelativo de revulsivos.

La realidad es que en estos tiempos donde se juegan sesenta partidos como mínimo por temporada, los títulos los ganan las plantillas y no los equipos, y aquí es donde aún cojea este Barcelona, que ha tenido que sobrevivir a tifones y huracanes varios, achicando agua y evitando que la nave acabara en el fondo del mar, para regocijo de más de uno. La marcha de jugadores como Busquets, Dembélé o Eric García han debilitado el proyecto, pero aún hay tiempo para reconducir la nave y llegar a buen puerto. Xavi es el timonel perfecto para convertir el regreso a Ítaca en una nueva Odisea, aunque Circe, Polifemo y las sirenas siguen esperando su oportunidad para transformar la aventura en un fracaso.