El FC Barcelona es un club que presume de valores. Que desde hace años luce con orgullo un exitoso eslogan que los barcelonistas han hecho suyo: "Més que un club".
Es una entidad ligada históricamente a los principios democráticos. Una institución que fue oprimida en el franquismo, cuando las autoridades intercedían para bloquear fichajes, como el de Aldredo di Stéfano, y se negaba la libertad de expresión al club en su propia lengua. Se rindieron honores y entregaron medallas a Franco para no sufrir más perjuicios --siempre quedará en la memoria el escandaloso penalti de Guruceta en los 70--, pero recientemente las retiró el expresidente Bartomeu.
El Barça es la marca más importante y mediática de Catalunya, fuertemente vinculada a sus raíces catalanistas, por más que su fundación corriese a cargo de un colectivo de extranjeros que lideraba Hans-Max Gamper, al que aquí conocemos como Joan. Una esencia con la que se siente especialmente identificada la junta directiva de otro Joan, el presidente Laporta, que critica el madridismo sociológico y reclamaba la liberación de los políticos presos en un tono muy reivindicativo antes de volver al club.
El nuevo Laporta procura ser menos visceral y se presenta más reflexivo ante los socios. Apuesta por un club familiar que sigue solucionando asuntos a última hora, viviendo de la improvisación y coqueteando de manera frecuente con la contradicción. Cuando Rosell trajo Qatar al pecho de la camiseta azulgrana estaba en contra y ahora la dictadura del Golfo Pérsico se ha convertido en una tierra de oportunidades ideal para ayudar a la mermada economía culé.
Con los valores democráticos pasa un poco lo mismo. Se hace gala de transparencia, pero se ofrece información muy sesgada sobre las cuestiones más relevantes. La asamblea de compromisarios se hace telemática en lugar de presencial para exponer menos a la junta directiva. Los temas económicos se explican de pasada y se amparan en acuerdos de confidencialidad que siempre solicita la otra parte. Y en las ruedas de prensa se da prioridad a medios afines, sin ser demasiado relevante la audiencia o impacto global.
Sergi Nogueras se ha convertido en ese poli malo de las ruedas de prensa que parece disfrutar con el veto. Siempre deja a periodistas sin preguntar en las apariciones de Xavi ante los medios. En ocasiones es lógico; la amplia gama de medios que piden turno es muy elevada. Lo que no es tan evidente son sus criterios de selección para discriminar a determinados compañeros/medios de forma sistemática. ¿Dónde está la igualdad de oportunidades?
Se pide explicación y no hay respuesta. No es una cuestión de audiencias --ni se interesan por conocerlas--, ni tampoco de longevidad --medios más jóvenes reciben rápidamente un trato más favorable-- o, ni siquiera, de rigor en el ámbito laboral. Hay varios casos de periodistas acreditados que no tienen contrato ni remuneración, algo que la Liga, un organismo con fama de casposo pero últimamente más democrático, ha convertido en obligación ineludible para las acreditaciones a los partidos.
Los de Tebas tendrán sus propios intereses y podrán ser sospechosos de lo que quieran, pero tratan con elegancia y amabilidad al periodista, que no deja de ser un profesional que procura hacer su trabajo lo mejor posible. Y si el periodista, cuya profesión está cada día más devaluada, quiere preguntar, se le da turno, sin mirar si viene de Barcelona, Pamplona o Argentina.
En el Barça, un club que se ha ido blindando cual búnker en los últimos 15 años, cada vez impera menos el espíritu democrático del que sus dirigentes hacen gala. Por desgracia, el Més que un club tiene cada día menos razón de ser. No todo lo explica el madridismo sociológico, por muy goloso que sea comprar ese discurso. Mucho ruido y pocas nueces.