El Barça es un club tan grande como peculiar. Volcánico. Con una economía de guerra que intenta maquillar con juegos de malabares, la entidad está en manos del equipo de Xavi Hernández, un técnico con ADN azulgrana que ha sabido renovar y gestionar una plantilla con muchos déficits. Porque el Barça actual poco tiene que ver con el gran Barça de Messi, Iniesta y el mismo Xavi.

Campeón de todo en 2010 y casi de todo en 2015, no supo el Barça reinventarse. Al contrario. Fue víctima de sus éxitos. Y todo se fue al garete con el coronavirus, porque el club vivía al límite, con un gasto excesivo que resultó asfixiante cuando los ingresos se redujeron drásticamente.

Joan Laporta, ganador de las elecciones de 2021, prometió un nuevo Barça y tenía razón. El Barça actual nada tiene que ver con el Barça de años anteriores. El problema es que no tenía un plan para reflotarlo y mal síntoma fueron las renuncias de Jaume Giró --se retiró antes de que se formara la nueva directiva-- y Ferran Reverter, el CEO que debía poner orden en las cuentas del Barça. 

El actual presidente del Barça ha hipotecado al club con las famosas palancas. Cada año será el Barcelona más pobre. O, al menos, hasta que no lleguen los prometidos nuevos ingresos con la reforma del Camp Nou. De momento, en la entidad se viven situaciones esperpénticas y futbolistas como Marcos Alonso, Iñigo Martínez e Iñaki Peña ni tan siquiera han podido ser inscritos en la Liga.

En un Barça tan convulso, Xavi intenta asilar al equipo. Su gestión durante la pasada temporada fue modélica. La renovación de la plantilla culminó con las marchas de Piqué, Busquets y Alba. Con nuevos liderazgos y menos estrellas, el Barça no lo tendrá fácil para competir con el Madrid y los grandes clubes de Europa.

Ganó la Liga pasada el Barça porque tuvo mucho más deseo que el Real Madrid. Y porque Xavi acabó encontrando la fórmula para equilibrar a un equipo con importantes déficits en la banda derecha y en ataque. Esta temporada, en Montjuïc, el reto es mucho más complicado.