Hace un par de temporadas, antes de fichar por el Barça, Franck Kessié declaraba que el Milán era el club de su vida. Bautizado con el apodo de “el presidente”, por ser uno de los grandes ídolos de la afición milanista, un año después Kessié demostraba que eso de los colores da igual. O sea, que los socios del Barça no se alarmen ni tampoco se malhumoren cuando vean al Barça vestido de blanco. Cosas de Don Dinero.
Kessié fue una de esas contrataciones, junto con la de Christensen, que ayudaron a que hace dos años el presidente Joan Laporta sacara pecho y dijera que el equipo iba a conquistar un sextete. Kessié fichó por cuatro temporadas. En cinco años en el Milán, en el que fue idolatrado, disputó 200 partidos y marcó 37 goles. Extraordinario. Allí lo querían. Es más, lo adoraban. Pero creyó en el Barça y se vino con los ojos cerrados. Y cumplió. Especialmente en los partidos contra el Madrid, esos en los que hay que ameritar que un futbolista es digno de llevar el uniforme.
Provocó un autogol en el partido de ida y marcó el gol decisivo, el que permitía al Barça de Xavi decir “esta Liga es nuestra”. Todo eso contra el rival más deseado. Hoy se va. Conviene traspasarlo, dicen las voces comunicativas de la directiva. No tiene sitio, añaden los “palmeros”, como bien define Quim Molins a los enamorados de esta directiva y enemigos de la anterior. Es el Barça. Su sino. Vivir en división. Como en la misma política catalana. Kessié se va como se han ido tantos otros en los últimos años.
Ninguno de ellos ha generado una estima del público azulgrana. El único que sigue provocando lágrimas de emoción y sentimientos de admiración aquí, allá y en todo el mundo, es Leo Messi. La afición del Barça, el socio, es sensible a ello. Alegra verlo marcando goles en un equipo estadounidense. Pone la piel de gallina escuchar a Stoichkov provocar al locutor de Univisión y decirle “cántalo”, con la seguridad de que va a marcar ese tiro libre que en el Barça no se ve desde que él se fue. Emociona ver a tantas figuras del deporte y del mundo del espectáculo adorándolo.
Era nuestro, pero lo echamos. Quizá los lectores están cansados de leer esta serenata. En tiempos en que muchos no sabemos qué hacer con las hipotecas, Leo Messi merecía ser la hipoteca del Barça, mucho más de lo que está ahora el club, mucho más de lo que Joan Laporta creyó que no podía hipotecarlo. Pasarán muchos años para que el Barça vuelva a tener un estandarte, una bandera, un futbolista tan especial y que lo merecía todo como Messi. Y nadie olvidará quién le abrió la puerta.