El Barça manda en la Liga con una autoridad impropia de un club con muchas convulsiones y una economía muy frágil. Joan Laporta está en manos de Xavi Hernández y de un equipo con mucho compromiso que alivian los males de una entidad que vive al día y que se ha encomendado a una constructora turca de dudosa reputación para su proyecto más ambicioso del siglo XXI.

Laporta, con muchas dosis de populismo y un discurso triunfalista, habló de las supuestas bondades de Limak, responsable del nuevo aeropuerto de Estambul en el que, según algunos sindicatos turcos, fallecieron 200 personas. También aseguró que el club goza de buena salud económica y relativizó los problemas de la entidad con el Fair Play Financiero.

El presidente del Barça se siente mucho más cómodo al justificar su obra que en la toma de decisiones, en la gestión de un club que necesita más rigor y menos improvisación, sustentado por los resultados deportivos más que por su previsión en otros asuntos.

El Barça es, hoy, un club presidencialista. Laporta, a diferencia de 2003, está rodeado por unos directivos de medio pelo en el que nadie se atreve a cuestionar su autoridad. Significativas han sido algunas dimisiones o renuncias. Por ejemplo, de Jaume Giró, actual consell d’Economía i Hisenda de la Generalitat; Ferran Reverter, exCEO del club y Jordi Llauradó, exdirectivo responsable del Espai Barça.

La reforma del Camp Nou, precisamente, suscita muchas dudas. Tantas o más que el traslado a Montjuïc, un estadio que desagrada a dos de cada tres abonados del club. El coste de la reforma, de 950 millones de euros, debería garantizar un estadio de primera categoría, pero algunos problemas endémicos seguirán sin resolverse, como la escasa pendiente de la primera grada. Tal vez hubiera sido mejor apostar por un campo totalmente nuevo.

Laporta todavía no tiene resuelta la financiación. Está en manos de Goldman Sachs, que busca inversores norteamericanos y se olvida de los europeos. El Camp Nou será una realidad en 2026, pero del Palau Blaugrana nada se sabe. Ni hay proyecto ni hay maqueta. Y mucho menos hay financiación.

El Barça, como institución, vive tiempos inciertos. Deportivamente, en cambio, Xavi ha sabido reanimar a un equipo que tuvo las constantes vitales muy dañadas. Estaba con el agua en el cuello y ahora nada con bañador de marca. La desidia y la indignación de pasadas temporadas se han transformado en un estado de euforia contenida. La Liga es el gran reto. Una necesidad. Una obligación para un club ciclotímico por naturaleza sin más perspectiva que el mañana.