Hay quienes creen, y están en todo su derecho, que ganar por 1-0 en el fútbol de hoy en día es jugar con el cardio de los aficionados. Si se ha distinguido por algo este deporte, es precisamente por lo emocionante que resulta cuando los marcadores no son abultados. Y si, en cambio, se asoman al precipicio. Habría que preguntar a los madridistas si eso de darle la vuelta a un marcador en los últimos minutos de una final les resulta decepcionante, o si sufren un orgasmo de satisfacción.
Yo, a este Barça que viene de perderlo casi todo en los últimos años --hasta un campeón mundial como Messi-- lo único que le deseo es que vuelva al sendero de la victoria. Eso da placer, no dolor. Me da exactamente igual cómo lo haga, pero por lo que estamos viendo está en el camino perfecto, está siguiendo una senda triunfadora que no creo esté provocando alteraciones en el corazón de los culés sino todo lo contrario. ¿O a quién llevar cinco puntos de ventaja sobre el segundo y apenas haber recibido seis goles en contra le altera el ritmo cardíaco? Todo lo contrario. Eso pone. Es para sacar pecho. Cualquier otra opción es llorar por llorar.
Puede que el juego carezca de brillantez en algún momento, pero este equipo de Xavi no demuestra temblores en sus actuaciones. Gana, que es algo a lo que estuvimos acostumbrados durante una larga época, pero luego vinieron las jornadas flacas, en las que aún ganando por tres goles de diferencia, en los partidos de vuelta los rivales nos ponían de rodillas, temblaban las piernas y entonces sí que el corazón gemía de dolor.
El Barça ganaba 3-0, luego perdía 4-0. Ganaba 4-1, le metían 3-0, y hasta un ocho le hicieron. Nada de eso está pasando en la Liga. La prueba es el campo lleno en cada encuentro y la afición volcada con el equipo y apoyando a Dembelé, a quien algunos críticos pidieron abiertamente su traspaso.