Puede que la Supercopa de España no signifique la conquista más deseada por el barcelonismo, acostumbrado durante muchas temporadas a comer langosta y caviar, a besar los más bellos trofeos y a cautivar a las competiciones más encantadoras. Pero esta semana no hay mejor oferta que intentar capturar a la más fea y la menos deseada de todas ellas: la Supercopa de España. Y, además, hacerlo en una pista de baile lejos de su campo musical al que según parece una empresa turca será la que acabe haciéndole el trasplante y convirtiéndolo en un estadio más moderno y con todos los juguetes.

Podríamos acordar que como la Supercopa no es el mejor de los títulos a los que debería aspirar cada año el Barça, pues no pasa nada si acaba siendo esquivo. Y seguro que en este nuevo Barça, al que el socio le bendice todo, nadie pedirá dimisiones y mucho menos la cabeza de un entrenador que tiene al equipo muy colocado en la Liga. Muchos serán los que piensen que vencer al Betis está chupado y que lo más celebrado sería ganar el título al Real Madrid. Cierto que todo eso daría un valor añadido a la conquista en terreno árabe, que ampliaría el crédito del equipo y del entrenador, además de esos dineros que gracias a Piqué y Rubiales habrá ganado solo por estar presente en ella.

Ganar y celebrar un título del primer equipo es algo que hace tiempo el barcelonismo ansía, aunque se llame Supercopa de España. La historia que está destinada a escribir el Barça de Xavi Hernández y el de la vuelta de Laporta tiene ahí en Riad su primera gran oportunidad.