Nos sorprende, pero lamentablemente no nos debería sorprender tanto. En un momento en el que los tentáculos de Qatar son tan grandes que incluso amenazan a toda la Unión Europea --especialmente a Alemania-- con cortarles el gas, siempre y cuando investiguen las tramas de corrupción entre miembros parlamentarios y del consejo con los jeques de esta pequeña península, que esta presión también se viva en el fútbol no debe sorprendernos.
La estrategia de Qatar ha sido muy clara: lavarse la cara haciendo propaganda de Palestina y dando apoyo al único país árabe que ha llegado a una semifinal, Marruecos. La abanderada de la cara más bonita de este país ha sido la madre del emir, la influencer Moza bint Nasser.
Al otro lado, la realidad. Y esta es que Leo Messi, jugador del PSG --y por lo tanto de Qatar Sports Investments-- o sea jugador del emir Tamim bin Hamad Al Thani, ya tenía pactado celebrar la victoria del Mundial con la túnica negra. No fue un detalle improvisado, sino una marca mundial que el argentino aceptó por contrato. Pero más allá del marketing, también existen los principios.
El futbolista iraní Amir Nasr-Azadani, condenado a muerte por este otro régimen fascista y corrupto, no ha recibido el apoyo mediático de sus colegas. Y los primeros que se deberían poner delante son Messi y Kilian Mbappé. No perdamos el tiempo, estos nunca dirán nada. Nuevamente, a ambos les pesa que son jugadores contratados por el emir y este, con el actual gobierno de Irán, mantiene relaciones geopolíticas muy importantes siendo de los pocos países árabes que ha decidido acercarse a él cuando el resto, como la misma Arabia Saudí, han boicoteado los deseos iraníes para llegar a tener la bomba nuclear.
Mires por donde lo mires, Qatar siempre está en todos los sitios. Y si Messi va más allá del silencio con un jugador que acabará asesinado, e incluso acepta el papelón de taparse el escudo argentino por un trozo de tela, es que el contrato con el PSG o con Qatar, de una forma u otra, será de larga duración.