¿Quién siente más emoción? ¿A quién le late más el corazón? ¿Al cantante que observa cómo un estadio repleto de fans aplaude, llora, baila y canta sus canciones o al futbolista que marca un gol en el último minuto y ese tanto sirve para celebrar un título o simplemente conseguir tres puntos del campeonato liguero? La pregunta pretende ser pringamosa, como dicen en mi tierra cuando creen que la cuestión no es fácil de responder, y muy propia de Marc, un amigo de Cambrils, que suele estar siempre buscándole tres pies al gato.

Para mí no hay duda. El cantante tiene un repertorio ya conocido de antemano por el público, puede que improvise en algún momento, pero todos saben a qué han ido. En el fútbol es diferente. El aficionado espera que su equipo gane con goles de cualquier jugador, aunque siempre tenga la esperanza de que si el goleador de su equipo está en el campo es de él de quien espera más.

Pero no sabe cómo va a marcar, ni en qué minuto. Es cuando llego a la conclusión de que no hay color. Cuanto más veo la imagen de Leo Messi celebrando su tercer gol en el Camp Nou contra el Liverpool y que parecía que dejaba la eliminatoria sentenciada con un contundente 3-0, resbalando sobre el césped y enseñando el escudo de su Barça a la afición, pienso que no hay mayor instante de éxtasis que ese. O la exaltación de Sergi Roberto, aquella noche que logró el 6-1 para eliminar al PSG y la efervescencia que experimentó el Camp Nou. Un gol provoca frenesí.

Por ejemplo. Me asombra cómo un hombre que ha marcado tantos goles en su vida (552 en 756 partidos), que es el segundo máximo realizador de la Bundesliga, solo superado por Gerd Müller, que también es el mayor goleador de la historia de la selección polaca (76), a sus 34 años mantenga la excitación, y demuestre el orgasmo de felicidad que le produce el marcar un gol en el último minuto del partido. La imagen es de Robert Lewandowski, en el tiempo extra del encuentro contra el Valencia, que dio la victoria al Barça. Su celebración es la de un niño que acaba de estrenarse ante la portería rival, de un futbolista que ha dado el título a su club o a su país, o simplemente la de un goleador insaciable.