Guillermo de Ockham era un monje franciscano, filósofo y escolástico que en el siglo XIV puso sobre la mesa una teoría revolucionaria: en igualdad de condiciones, la explicación más simple suele ser la más probable. A partir de entonces, esta premisa del conocimiento es conocida como la navaja de Ockham o también como el principio de economía, donde se busca el ahorro de tiempo y energía de forma prioritaria.
Esta navaja de Ockham se puede aplicar en todas las facetas de la vida, incluido el fútbol. Si hay algo que no funciona, lo más fácil es encontrar la raíz del problema y erradicarlo, sin rodeos inútiles y justificaciones absurdas. Johan Cruyff lo aplicó sin piedad en su primer año en el Barcelona, cuando se cargó de la noche a la mañana a media plantilla, en una rueda de prensa apoteósica, que aún recuerdan los más viejos del lugar, donde el periodista de turno decía un nombre y el holandés respondía si seguía o no. Esta limpieza tan radical no acabó de dar sus frutos hasta la tercera temporada, cuando el equipo conquistó La Liga, llegando a la excelencia dos años más tarde con la conquista de la Champions.
Xavi se ha encontrado con su particular navaja de Ockham nada más llegar al club. Recibio el legado de un equipo deshecho, perdido y sin rumbo. Noveno en la Liga y vitualmente eliminado de la Champions, tuvo que aplicar sus conocimientos para frenar la hemorragia y sacar al enfermo de la UCI. Lo consiguió en parte, ya que si bien enderezó el rumbo en la Liga -finalizó segundo en la tabla-, no pudo levantar el vuelo en Europa, donde acabó mordiendo el polvo en la Champions y en la Europa League.
Este verano aplicó la navaja de Ockham con todo el sentido del mundo, deshaciéndose de buena parte del lastre y fichando jugadores de nivel para volver a competir en todas las competiciones. Sin embargo, el lastre era demasiado pesado para echarlo todo por la borda y se tuvo que quedar con algún saco pesado en la bodega. Y el que más pesaba era Gerard Piqué, un jugador que el cuerpo técnico ya detectó el curso pasado su absoluta decadencia y que se quiso deshacer a cualquier precio. Sin embargo, el contrato pantagruélico que le firmó Bartomeu en su día, dejaba al club con las manos atadas, si no había predisposición por parte del jugador.
Otros dos lastres, aunque de menor cuantía y calado, eran Jordi Alba y Frenkie de Jong. El primero, por los mismos motivos que Piqué, mientras que el segundo era también una operación mercantil de primer orden. Sin embargo, al final los dos acabaron quedándose.
El tiempo ha dado la razón a los técnicos: Piqué está fuera de forma, Alba es un jugador con un rol totalmente secundario y Frenkie sigue siendo un futbolista muy irregular.
En este sentido, la navaja de Ockham se ha mostrado demasiado roma, ya que no ha podido encontrar un buen afilador. Y ahora, con el equipo inmerso en un mar de dudas, tras quedar virtualmente eliminado de la Champions y perder el liderato en Liga ante el Real Madrid, es cuando se necesita más recordar el principio del monje franciscano que vivió hace ocho siglos: busca siempre la solución más sencilla.
Un relevo generacional para el cuarteto de capitanes en busca de nuevos liderazgos, un fichaje de talla mundial, como Bernardo Silva, para poner orden y cerebro en el mediocampo, un delantero de garantías capaz de suplir a Lewandowski y un lateral derecho en condiciones. Soluciones sencillas pero caras, que se han de aplicar en los próximos meses. Si no se ejecutan estas soluciones, la navaja de Ockham acabará por degollar a más de uno…