No se estudia en ninguna universidad ni tampoco se desglosa en ningún manual de dummies, pero lo cierto es que algunos jugadores parecen tener un doctorado en el arte del apalancamiento. Y no nos referimos a las célebres palancas, que Joan Laporta activa con la misma facilidad y recurrencia como quien va al bar a desayunar, sino al concepto de acomodarse en una situación, hasta el punto que sólo miras el dinero de tu cuenta corriente, porque profesionalmente eres lo más parecido a un zombie andante. De este tipo de jugadores, a lo largo de la historia, el Barcelona ha tenido más de uno -en otras épocas a estos futbolistas se les llegaba a apartar de la dinámica de equipo, obligándoles a ejercitarse en solitario y por cuenta propia-, pero en los últimos lustros se han incrementado de forma alarmante, ante la aceptación general por parte de los responsables del club y buena parte de la afición.

Estamos hablando de profesionales que anteponen el dinero a cualquier otra situación, que les da igual si juegan más o menos minutos, mientras sigan teniendo los bolsillos llenos, que desoyen los consejos de sus entrenadores con la excusa de que ellos son capaces de revertir la situación y que se aferran a sus contratos multimillonarios como si fuera un clavo ardiendo.

Ahora mismo, el Barcelona, desgraciadamente, cuenta con varios jugadores de este perfil, con más o menos condicionantes. El más grave e hiriente, entre todos los casos, es Martin Braithwaite. El delantero danés es el único de los descartados que no ha aceptado ninguna de las propuestas blaugrana y eso sabiendo desde mayo que Xavi no lo quiere. Al danés le da absolutamente igual jugar, aferrado a un contrato que le firmó el anterior presidente, Josep Maria Bartomeu. Su caso es especialmente insólito porque estamos hablando de un jugador que estuvo a punto de entrar hace un año en la lista Forbes de las 500 personas más ricas del mundo por los negocios inmobiliarios que tiene con su tío en Estados Unidos. Que un jugador que no necesita el dinero se aferre con esta obcecación a su contrato dice muy poco de su profesionalidad. Braithwaite acabará saliendo por la puerta atrás, posiblemente aún más rico, ya que le reclama cinco millones de euros al Barcelona para marcharse, pero seguramente más pobre entre los sentimientos de los aficionados.

Hay otros casos de apalancamiento, aunque a un nivel mucho menos gravoso del internacional danés. Memphis Depay y Sergiño Dest se encuentran en una situación complicada. Los dos saben que no tendrán minutos esta temporada, con el handicap de tener el Mundial de Qatar a la vuelta de la esquina. Sin embargo, ambos están poniendo palos en la rueda a una posible salida: el holandés, cambiando los términos de su salida a última hora ante la sorpresa de la Juventus, y el estadounidense, dando largas desde hace un año, cuando Xavi ya le comunicó que no entraba en sus planes. En todo caso, y pese a las reticencias, ninguno de los dos se ha cerrado en banda a una salida.

Más complicado de escenificar resulta la marcha de Frenkie de Jong. Un jugador que los técnicos consideran clave en su proyecto, pero que aceptarían su salida de buen grado, si por contraprestación viniera Bernardo Silva. En este contexto, el jugador ha rechazado todas las ofertas que ha recibido. El problema es que tampoco acepta una reducción salarial para poder encajar en los nuevos baremos salariales del club. Un galimatías de difícil solución que promete nuevos capítulos de aquí al cierre de mercado.

Como epílogo y para aquellos que intentan comparar a un futbolista como un trabajador normal simplemente recordar que el sueldo medio de un jugador de la Liga es 30 veces superior a la media salarial en España. Ni sus condiciones económicas ni sociales son las mismas, por los que las comparaciones resultan tan inapropiadas como carentes de sentido de común. Que los futbolistas tienen los mismos derechos que cualquier trabajador resulta evidente, pero de ahí a reclamar una serie de obligaciones como si se leyera de El Capital de Marx resulta ya inverosímil e improcedente.