De la excitación a la insatisfacción. De la euforia al pesimismo. Los estados de ánimo del Barça no conocen desde hace mucho tiempo la paz o el sosiego.

La directiva de Joan Laporta se ha vendido todo lo que se ha podido vender para ofrecerle a Xavi Hernández un equipo que vuelva a subirse al podio de los mejores de Europa. Pero a los logros les ha sobrado excesivo ruido que quizás no era necesario. Todo se narra en directo en este Barça, y solo en algunas ocasiones la transparencia prometida ha sido ocultada por cláusulas de confidencialidad.

Laporta ha anunciado de forma orgullosa que su Barça sería una familia, y desde ese punto de vista el socio entiende que se haya rodeado de amigos y familiares. Pero tiene que ser una familia bien avenida, especialmente con la base del equipo que son los jugadores. En esa apuesta tendrían que primar las buenas formas. Laporta siempre fue amigo de los jugadores y por eso extraña que en este nuevo mandato se esté utilizando la amenaza y cualquier tipo de presión sobre algunos de los futbolistas para que rebajen su salario o marchen del club. Un equipo en el que los contratos de algunos de sus integrantes son aireados sin ningún rubor no puede ir bien. Ni en su interior ni de cara a la recuperación de su prestigio.

El vestuario necesita tranquilidad. A Xavi le urge tener a todos los jugadores pendientes solo del balón, concentrados en los partidos, y no en el
bolsillo o si van o no van a formar parte de la plantilla. El día del Gamper jugaron casi todos, pero ante el Rayo fueron varios los que no sabían si iban a estar inscritos. No es la principal excusa para entender por qué el sábado pasado se escaparon los dos primeros puntos del estadio, pero sí es una razón de peso para intentar soluciones los problemas internos sin armar tanta bulla.