Pues no estaba muerto ni estaba tan mal. Tampoco estaba de parranda, como dice la rumba. Y si lo estaba era una parranda fúnebre en la que también bailaba la afición. Pero que todo era como una mala pesadilla. Hasta que llegaron el mago Jan y sus hombres. Dijeron que habían encontrado una situación económica catastrófica, que el club estaba arruinado. Pero de pronto, como si estuvieran jugando a “dónde está la bolita”, se hizo la luz.

Los acusados de causar la llamada “ruina” de la entidad no se lo habían vendido todo. Todavía dejaron alguna cosita en una caja fuerte que los nuevos han podido abrir con el uso de unas palancas mágicas, y adiós, se acabó la crisis económica. Y en un plis-plas, este Barça mágico, que echó de malas maneras al mito Messi, ha podido comprar jugadores de talla mundial, formar un equipo competitivo para complacer a Xavi Hernández, quizás el hombre que más confianza ofrece a todo el barcelonismo. Y, al mismo tiempo, en su primera aparición en el Camp Nou congregar a más de 83.000 aficionados, que gozaron de una goleada espectacular y salieron del campo comentando aquello de “aquest any sí” y “ja tenim equip”. Hay que ponerse de pie y aplaudir a rabiar. Esto es otra cosa. Esto es una borrachera de las buenas, de aquellas juveniles en las que uno decía que “bebido conduzco mejor”.

Nadie le puede negar a Laporta su principal virtud…Ilusionar”, escribió hace unos días el ex tenista Tommy Carbonell en las redes. Estoy totalmente de acuerdo. Es un reconocimiento que hay que brindarle. Merece todos los aplausos. Solo le falta gritar aquello que por el 2008 lanzó en un encuentro mundial de peñistas: “¡Al loro, que no estamos tan mal!”. Bueno, más exactamente: “No estábamos tan mal”. Había suficientes recursos en el club para ilusionar al barcelonismo. Él los está explotando.