Cuando saltó Marc André Ter Stegen al campo para calentar se quedó mirando unos segundos las gradas, atónito a lo que estaba presenciando, mirando a su amigo José Ramón de la Fuente, el entrenador de porteros, con cara de asombro. Su reacción fue aún de mayor incredulidad tras recibir una pitada monumental mientras se dirigía a la portería. Durante el tiempo que estuvo en el césped, el estadio retumbaba, con pitos y abucheos ensordecedores. Diez minutos después, Ter Stegen decidía poner fin a este suplicio, regresando al vestuario. El portero se presentó con un mensaje claro para sus compañeros, que aún estaban cambiándose en sus taquillas. “¡Esto no es el Camp Nou, nos lo han cambiado!”,  explayándose sobre la situación anómala que estaban viviendo las gradas del coliseo blaugrana, abarrotadas de camisetas blancas de la afición rival.

Xavi Hernández y algunos miembros de su staff asomaron rápidamente la cabeza por el túnel de vestuario y constataron que Ter Stegen tenía razón: sólo se veía aficionados del Eintracht diseminados por todas las partes del campo. Rápidamente, el técnico llamó a Jordi Cruyff para que preguntara qué estaba pasando. El futuro secretario técnico reconoció que estaba tan sorprendido como él, y que iba a hacer unas llamadas para intentar extraer alguna explicación.

Mientras tanto, Xavi regresaba al vestuario y concienciaba a sus hombres de lo que se iba a encontrar: “No es una situación normal, pero es la que es. Vamos a jugar como si fuera una final, con la mitad de nuestra afición y la otra mitad del rival”.

Y de esta forma salieron los jugadores del Barça, con la sensación de que alguien había regalado el Camp Nou al rival. “Tenemos el enemigo en casa”, comentó un peso pesado a un compañero, que tampoco daba crédito a lo que estaba viendo, al constatar semejante despropósito.

Y lo peor aún estaba por llegar, porque los goles del Eintracht se celebraban como si se estuviera jugando en el Deutsche Bank Park, con las gradas del Camp Nou repletas de unos 30.000 aficionados envalentonados, y mucho de ellos perjudicados tras una intensa exposición etílica.

En el descanso, los rostros desencajados de los jugadores marcaban claramente la absoluta decepción que estaban viviendo. Ya no era que los alemanes eran más ruidosos, sino que parecían que eran mucho más. “Sé que estáis decepcionados, pero tenemos que mirar adelante. No puede ser una excusa”, recalcaba Xavi a sus pupilos, intentando insuflarles un poco más de ánimos, tras acabar la primera parte con un jaleado 0-2 en las gradas.

Pero todo fue inútil: el equipo además se vio perjudicado, no sólo por las decisiones arbitrales, sino en factores como la mala suerte, con la lesión de Pedri, que no salió ya en la segunda parte. Demasiados enemigos, tanto externos como internos, para poder salir airoso.

Al final, un 2-3 que dejaba al Barcelona fuera de Europa y a casi 30.000 alemanes, más contentos que unas castañuelas, con ganas de celebrarlo hasta altas horas de la madrugada por todo lo alto en la Barcelona de Colau.

"No puede volver a repetirse" fue el lacónico comentario, después del partido, de Xavi a un Mateu Alemany desconcertado. "No es una excusa, pero no nos ha ayudado", repetía en rueda de prensa el técnico egarense, mientras Laporta aparecía en Barça TV para asegurar que se abrirá una investigación.

Veremos a partir de ahora cuáles serán los siguientes pasos del club para evitar que se repitan situaciones similares en las próximas temporadas, pero la imagen de la entidad ha salido gravemente dañada tras este esperpento, mucho más a nivel institucional que deportivo. Y es que se puede perder un partido, pero no la dignidad. Y el Camp Nou ofreció una imagen indigna, más propio de una república bananera que de un club de más de 120 años de historia.