Ahora parece que todo el mundo tenía muy claro que Xavi Hernández era el entrenador ideal para el FC Barcelona y que fue un error imperdonable que Joan Laporta no lo trajera este verano. Ahora todos encumbran el nombre del técnico egarense, le ovacionan con cánticos en el Camp Nou y hasta se apuntan a la Xavineta, un término absurdo y estrafalario, que ha calado en el barcelonismo de tal forma que hasta se hacen eco desde el club, publicitándolo en las redes sociales. Ahora los tertulianos proclaman a los cuatros vientos las veleidades de la pizarra de Xavi, su inteligencia, clarividencia y capacidad de gestionar el grupo. Ahora todo el mundo habla del cuarto hombre, del jugador libre, del cuadrado y de las superioridades. Ahora dudar de Xavi es profanar el legado de Johan Cruyff y Pep Guardiola.
Pero hubo una época, no hace mucho, que Xavi Hernández era discutido por una pléyade de detractores que señalaban su falta de experiencia y bagaje en los banquillos como argumentos suficientes para incapacitarle para coger el FC Barcelona. De hecho, hasta el propio Laporta, mal aconsejado seguramente, también tenía muchas dudas al respecto. Primero, porque era reconocer en parte el acierto del proyecto que su contrincante en las urnas, Víctor Font, había presentado con el egarense como piedra angular, y segundo, porque su apuesta en los banquillos se dirigía hacia la línea marcada en Alemania por Nagelsmann, Flick o Tuchel. Incluso algún irreverente, que ya no está en el club afortunadamente, llegó a poner a Pochettino en bandeja de plata. Cualquier opción era buena antes que un bisoño Xavi, que estaba dando sus primeros pasos en Doha, “una liga de solteros y casados”, según algunos.
Ante tanta indefinición, Laporta optó por dar continuidad a Koeman, más por resignación que por convicción, con la excusa de que era una leyenda del Barça. 20 días antes de tomar esta decisión, se había reunido con el técnico holandés para asegurarle que no era su entrenador ideal y que sólo seguiría si no encontraba un sustituto.
Al final, el presidente se vio abocado a despedir a Koeman a los dos meses de competición, tras perder ante el Rayo (1-0), buscando en Qatar su salvación. Puede que lo hiciera forzado por las circunstancias, pero también alentado por su instinto, según reconoce él mismo: “Nunca me ha fallado”. Tras unas infructuosas negociaciones con el dueño de Al Sadd, que rompió la promesa de dejarlo ir con la carta de libertad, Xavi tuvo que poner de su bolsillo parte de la cláusula de salida, fijada en cinco millones de euros.
En Barcelona le esperaban algunos con el cuchillo entre los dientes: los palmeros de Ronald Koeman, que veían al técnico como un intruso, los detractores de Laporta, que esperaban un resbalón para echar toda la artillería, la caverna mediática, que confiaba ver cómo se hundía Xavi en su aventura blaugrana, y los críticos por naturaleza, que nunca están conformes, pase lo que pase.
La eliminación en la Champions, así como la derrota en la Supercopa de España y Copa del Rey, precipitaron el caldo de cultivo para que esta quinta ola empezara a moverse al unísono: que si el efecto Xavi era una mentira, que con Koeman al menos se había ganado la Copa el curso pasado, que si le venía grande un transatlántico como el Barça, que si el tiki taka era imposible con estos jugadores, que si el Real Madrid era muy superior, que si Frenkie de Jong no se adaptaba al sistema de Xavi…
Pero todos estos críticos y detractores han desaparecido de la noche a la mañana. Tras el aparatoso triunfo en el clásico (0-4), se han escondido en sus cuevas y no asoman la cabeza ni para mirar si sale el sol. De hecho, más de uno quiere sumarse ahora a la Xavineta, olvidando todo el lastre de reproches y agravios que arrastra. El problema es que si entran ellos, al final la Xavineta tendrá tanto sobrepeso que no podrá echar a andar. O sea, mejor bien lejos, y que sigan tragando sapos y carretas desde el arcén.