Se acabó la época de las vacas gordas, donde cualquier piltrafilla podía llamar al despacho del presidente con un capacho vacío y salir cargado de billetes sobresaliendo. También se les ha acabado el chollo a aquellos jugadores de medio pelo que utilizan a sus agentes en busca de un último atraco. Ahora, la nueva normalidad, encabezada por Mateu Alemany, Xavi Hernández y Jordi Cruyff, marca un talante bien distinto.

Que Sergi Roberto se hizo el sordo durante la época más crítica de la pandemia, mirando a otra parte cuando se necesitaba un esfuerzo para rebajar la masa salarial, pues ahora se encuentran él y su agente ninguneados, con un contrato millonario a punto de expirar y sin una salida clara, porque cualquiera de las ofertas que reciban serán muy inferiores a su sueldo actual, que roza los 10 millones de euros brutos.

Que Dani Alves, a dos meses de cumplir los 39 años, quiere seguir una temporada más para llegar en plena forma al Mundial de Qatar, pues aún no está clara su continuidad, pese a que algunos se hayan empeñado ya en ponerle la etiqueta de renovado. Los técnicos están esperando a ver cómo acaba la configuración de la plantilla, porque en ningún caso se triplicará o cuatriplicará una posición en el campo, como pasaba en otras épocas, descompensando la plantilla hasta extremos inverosímiles. Alves está en manos de Sergiño Dest, César Azpilicueta y Noussair Mazraoui. Si el estadounidense se queda y llegan los dos refuerzos en defensa, habrá tres candidatos para ocupar la banda derecha y por tanto Alves no podrá seguir. En su caso, el motivo no será económico, sino de simple equilibrio de plantilla: no habrá cuatro jugadores para ocupar una misma posición.

Que el presidente Joan Laporta le prometió a Adama Traoré que haría todo lo necesario para que siguiera, pues a lo mejor tiene que tragarse sus palabras, como ya hizo en su día con la promesa de que Leo Messi seguiría. El Barcelona no va a pagar ni 30 ni 24 millones por el canterano, y aún menos teniendo en cuenta que acaba contrato en el 2023. El club espera que los Wolves entren en razón y acepten el trueque con Francisco Trincao a pelo, aunque parece ser que los lobos no han venido disfrazados con piel de cordero, por lo que habrá que utilizar alguna fórmula imaginativa de intercambio, léase Riqui Puig o incluso Clement Lenglet.

Que Ousmane Dembélé sigue mirando al cielo cuando le preguntan por su futuro, pues no hay nada más que hablar. Adiós y muy buenas. Moussa Sissoko podrá empapelar las paredes con los billetes de su nuevo contrato y recuperar la Playstation para que su pupilo no se sienta tan solo por las noches.

Que Ronald Araujo y Gavi quieren renovar a precio de oro, pues tendrán que mirarse en el espejo y reflejarse en Pedri y Ansu Fati, que aceptaron seguir en el club con propuestas que estrechan el cinturón los primeros años para ir desabrochándolo progresivamente. Es justo que exijan una mejora de contrato y que marquen unos mínimos, pero en el Barça de la próxima década sólo habrá un jugador imprescindible y está aún por venir. El resto, a bailar la conga detrás de él.

Ese jugador, como habrán adivinado, es Erling Haaland. La prioridad absoluta de Laporta, Alemany, Cruyff y Xavi…el jugador por el que el Barça está dispuesto a vender su alma al Diablo para reunir los 250 millones que necesita para afrontar la operación. Es el plan A, B, C y casi D. Pero, por ahora, sólo es eso, un plan. Porque el City de Pep Guardiola lleva tiempo haciendo de Mefistófeles en los tímpanos del nórdico, y bañándolo en oro, como si del Rey Midas se tratara. Habrá que esperar si Thor quiere renacer en el Valhalla o en el NatWest Bank de Manchester.