Tras el valioso y contundente triunfo del Barça sobre el Atlético llamó la atención la cantidad de comentaristas que saltaron inmediatamente a destacar el balance del equipo azulgrana desde la llegada de Xavi. Feroces críticos de las victorias conseguidas a base de centros y remates de cabeza, defensores a ultranza del tiki-taka, el ADN y el estilo, sufrieron de golpe tal transformación que parecieron abanderados del resultadismo. Todo lo contrario a sus ideas primarias. No dudaron en comparar los números obtenidos por el equipo cuando fue dirigido por Ronald Koeman y lo mucho que había mejorado desde que es dirigido por Xavi Hernández. “El Barça ya está en zona Champions”, fue el titular más utilizado. Toda una media verdad, porque, sin duda, la verdad entera tendría que decir que el equipo fue eliminado de la Champions y de la Copa del Rey bajo la conducción de Xavi.

Pero esa es una mala costumbre de la crítica de hoy, que parece obligada a denigrar a uno para elogiar a otro. Adama es bello porque ha querido volver al club y Dembélé es feo porque no ha querido renovar. Koeman era malo y Xavi es buenísimo. Luuk de Jong no es delantero para el Barça, y Ferran Torres nació para jugar en este equipo. ¿Ese es el entorno tóxico al que se refiere Gerard Piqué cuando habla de sus proyectos en el caso de que un día fuera presidente del club? De hecho, el propio Piqué está abriendo otro entorno con semejante comentario. Pero es la triste realidad de un club que parece necesitar autodestruirse cada cierto tiempo para volver a ser grande.

Las luchas intestinas acaban maltratando al propio club y por consiguiente al equipo, que no halla el equilibrio en el campo, porque hoy en día lo que más necesita son resultados, con goles originados por centros y rematados de cabeza, y en el último suspiro del partido. Da igual. Solo a base de victorias se hacen fuertes los equipos.