“Ahora mismo ya hasta Xavi está empezando a perder la fe en Ousmane”. Así responden dentro del club cuando preguntas por el mosquito Dembélé, cuyo apodo ahora más que nunca se recurre con asiduidad entre bambalinas, más en referencia a su facilidad por sangrar a la entidad en sus exigencias para renovar que por sus virtudes futbolísticas por la banda. De hecho, en el Barcelona algunos ya le han cambiado directamente de apodo: de Mosquito ha pasado a ser directamente Garrapata.

Lo cierto es que todo en Dembélé, desde que llegó al Barcelona, ha sido un cúmulo de despropósitos. Empezó con mal pie, porque sólo se puede calificar así un jugador que llegó tras declararse en rebeldía en el Dortmund, lesionándose a las primeras de cambio. Fue en una acción que el entrenador de entonces, Ernesto Valverde, calificó de “infantil” al intentar evitar un saque de banda con un taconazo en carrera, haciéndose añicos los isquiotibiales y necesitando pasar por el quirófano. No sería la primera vez: las lesiones han sido su auténtico via crucis, perdiéndose más del 50% de los partidos desde que viste la camiseta blaugrana.

Josep Maria Bartomeu intentó eclipsar con su fichaje, pagado a golpe de pandereta, la marcha de Neymar. El club pagó 105 millones de euros más 30 en variables por un jugador que había despertado recelos y admiración en la Bundesliga. “Mucho potencial, pero poca cabeza”, rezaba un informe técnico de entonces. En la recámara estaba un chaval bisoño que despuntaba en Francia, Kylian Mbappé, pero el bueno de ‘Bartu’ tuvo muy claro cuál era la mejor opción para el Barcelona.

Pero si en el campo su rendimiento ha sido una absoluta decepción --que se lo pregunten a Leo Messi, que todavía raja del francés por el gol que falló ante el Liverpool en la ida de las semifinales de Champions en el Camp Nou--, fuera de los terrenos de juego su comportamiento ha sido propio de un chaval errático, caprichoso y poco profesional. Indisciplinado, llegó a saltarse a la torera más de un entrenamiento por culpa de sus largas veladas jugando con sus amigos a la Playstation y devorando pizza tras pizza.

El club intentó reconducir sus hábitos de conducta, sobre todo porque estaban afectando a su rendimiento, pero Dembélé se mostró del todo displicente a los consejos, llegando a echar al chef personal que le pusieron para controlar su nutrición, ya que era un amante del fast food en todos sus niveles.

Durante estas cuatro temporadas, Ousmane ha demostrado además una falta evidente de respeto a sus compañeros. No sólo por llegar tarde a los entrenamientos sino por una falta de empatía evidente, como se demostró en el acto de despedida del Kun Agüero, donde ni tan siquiera se presentó.

La llegada de Xavi parecía que iba a suponer el renacimiento de Dembélé. En la presentación del nuevo entrenador, el Mosquito fue llevado a los altares, faltándole sólo salir bajo palio. “Puede ser el mejor jugador del mundo en su posición”, llegó a afirmar Xavi, refrendado por un Laporta, que días más tarde llegó a asegurar que “Dembélé es mejor que Mbappé”. Tanto regalarle los oídos al díscolo de Ousmane ha sido contraproducente: su agente se presentó el jueves en la mesa de negociación como un marajá, llegando a pedir 20 millones de prima de fichaje y otros 20 más anuales por su cliente. Evidentemente, el club dio por rotas las negociaciones y habrá que ver cuáles serán los siguientes pasos.

Si el jugador decide quedarse hasta junio sin renovar, el poco crédito que tenía de la afición se habrá agotado, apareciendo un nuevo panorama en el horizonte: silbidos, abucheos y bronca cada vez que aparezca su nombre o toque el balón. Si el jugador al final decide renovar, habrá muchos que no olviden su intento de poner entre la espada y la pared al club. De esta manera, la tercera vía parece la más razonable: un traspaso casi ‘regalado’ este enero. Pero en el club se temen que su agente ya tenga una prima de fichaje pactada con otro club, se insiste en la Juventus, por lo que difícilmente aceptará esta última alternativa.

Xavi es de los pocos que sigue creyendo que esta situación es reconducible, si bien desde el club cada vez son menos los que defienden esta cruzada. Y es que el incómodo mosquito ha pasado a ser una molesta garrapata.