Cuando Patty Hearst fue secuestrada por el Ejército Simbiótico de Liberación en 1974 se acuñó un nuevo concepto hasta entonces desconocido en el planeta: el síndrome de Estocolmo. Y es que la nieta del conocido multimillonario acabó participando en actos terroristas, con igual o más violencia que sus compañeros, portando rifle en mano en el asalto de varias sucursales bancarias.

Este síndrome de Estocolmo, es decir coger cariño a los captores y hacerte tuyos sus mensajes, lleva años sometiendo al Barcelona a una situación de estrés insostenible. En el caso que nos concierne, los ejecutores son Philippe Coutinho y Samuel Umititi, que tienen sometido al club a un estado hipnótico, del que sólo se puede salir a base de sopapos en los dos carrillos.

Y los sopapos han llegado, demasiado tarde posiblemente, pero han sido a mano abierta y sin anestesia. El club, tras vivir en un limbo, se ha encontrado con dos jugadores que han ido alimentando su cuenta corriente sin apenas mover un dedo, mirando los partidos desde los banquillos o las gradas, y parapetándose cada verano en sus contratos para driblar una salida. Lo más grave, y que ha soliviantado definitivamente a la afición culé, es que ahora mismo, y tras la marcha de Messi y Griezmann, son dos de los tres jugadores con la ficha más elevada de la plantilla: Coutinho se lleva 22 millones de euros al año y Umtiti, 15.

Con Josep Maria Bartomeu, el gran culpable y benefactor de semejante disparate, todo se escondía con auditorías de medio pelo y asesores presidenciales con ínfulas mafiosas. Carles Tusquets, durante su periodo de interinidad, ya avisó de que el club, como si fuera Lehman Brothers, estaba al borde de la liquidación, y ha tenido que venir Laporta para levantar las alfombras -los resultados del forensic amenazan con ser devastadores- y abrir los ojos a una afición aturdida por los juegos de prestidigitación del anterior presidente.

Una cosa se desprende de la actual situación que atraviesa el Barça: Coutinho y Umtiti no pueden seguir ni un minuto más secuestrando el futuro del club. Ellos son los principales culpables de que la masa salarial esté disparada y los responsables subsidiarios de que Messi se tuviera que ir a lágrima viva. Es cierto, que se limitaron a firmar un contrato de cinco años y que nadie le puso un rifle, a lo Patty, a Bartomeu para que los rubricara, pero también es verdad que no se puede mantener esta situación más tiempo. Ambos finalizan sus contratos en el 2023 y el club ha de poner punto y final a esta sangría.

Está previsto una reunión inminente con los agentes de Coutinho para exponerles la dura y cruda realidad: Xavi no lo quiere y el club no puede permitirse el lujo de pagar estas cantidades a un futbolista que ni es decisivo ni hace nada para serlo. El caso de Umtiti se vive bajo la misma preocupación, aunque el actual técnico no es tan contundente como con el brasileño: lo ve recuperable, hasta cierto punto, para la causa.

En cualquier caso, uno de los dos ha de marchar este invierno, como mínimo, y el otro en verano. Uno, para dar entrada a Ferran Torres, y el otro, para abrir las puertas al sueño de Haaland. Y es que los síndromes de Estocolmo siempre acaban con el secuestrado despertando del trance, renegando de su pasado y buscando un futuro mejor.