Hizo bien Joan Laporta el pasado sábado enterrando unas horas antes del encuentro del Barça contra el Atlético de Madrid la crónica anunciada de la destitución de Ronald Koeman. Lo necesitaba el entrenador, el equipo y también el presidente. Trabajar sabiendo que el máximo responsable del club te está buscando un sustituto tiene que resultar incómodo y muy desagradable. Descubrir que no tienes la confianza de la junta conlleva a un mal rollo no solo con la directiva sino también con el vestuario que, al ver en la cuerda floja al jefe, no tarda en perderle el respeto.

Koeman sigue porque seguramente en estos momentos no hay entrenador que considere al Barça el club de sus sueños. Entre otras cosas porque nos hemos encargado de proclamarle al mundo entero que la entidad está en ruina económica, luego el Barça ya no es aquel club que pagaba mejor que nadie. También ha perdido al mejor futbolista del mundo y la plantilla está descompensada con algunos jugadores más pendientes de sus negocios que del trabajo que les ha hecho grandes, y unos jóvenes a los que se les está exigiendo que sean Xavis e Iniestas en su primera temporada con el primer equipo.

Si el presidente no se hubiera precipitado a la hora de despedir a García Pimienta, probablemente el técnico que llevaba trabajando muchos años con el filial habría sido una buena solución. Lejos de querer comparar un técnico con otro, Laporta se habría encontrado en una situación similar a la que ya tuvo en su primera etapa al frente del club y en la que halló el mejor técnico del mundo por casualidad. Sin Frank Rijkaard en el banquillo, Pep Guardiola, entonces entrenador del B, le dijo a Laporta “a qué no tienes huevos de ponerme a mí”. Y para fortuna del Barça, Laporta los tuvo. En esta ocasión, la afición también lo habría entendido perfectamente por la situación del club.

Los clubs grandes suelen tener esas cartas para momentos de emergencia. Muchas cosas han cambiado en el mundo del fútbol en los últimos años, pero hay una que no, que parece sagrada, pero eso sí solo para algunos clubs, especialmente para los que creen que la victoria les pertenece y que la derrota vive en otros lares. Cargar las culpas sobre el entrenador es lo más fácil de este mundo. El despido lo pide la afición, la prensa y escuda los defectos de la junta. Despedir a Ernesto Valverde en plena temporada fue otra de las decisiones negativas de la junta de Josep María Bartomeu. Pero lo pedía todo el mundo y ahí es cuando el presidente tiene que demostrar su autoridad y aceptar su responsabilidad. Admiro esos clubs ingleses en los que Alex Ferguson o Arséne Wenger sobrevivieron a la falta de éxitos. Hoy en día para el Barça no hay mejor entrenador que Ronald Koeman. Apostar por él y proporcionarle confianza no solo es una buena decisión. Es la que había que tomar.