Joan Laporta heredó una mochila muy pesada. Cierto. En marzo, el club necesitaba algo más que estímulos para revertir una situación muy delicada. Económicamente, la entidad estaba muy tocada y deportivamente vivía en el alambre. La Copa del Rey, ganada con solvencia en la final pero con eliminatorias muy sufridas, alivió las penas del Barça, pero el desenlace de la Liga retrató que algo iba mal. Después, la gestión del mercado de verano fue una pesadilla. Un horror.

 

El Barça liquidó a Messi y Griezmann para sanear sus cuentas. El equipo se descapitalizó y el barcelonismo lo asumió con resignación. No quedaba otra. Otra cosa es la relación entre Laporta y Koeman: un esperpento en toda su dimensión. Una falta de respeto al héroe de Wembley.

 

Laporta sentenció a Koeman el día que evidenció que no creía en él. El día del Vía Veneto. Proclamó sin escrúpulos que no le gustaba el técnico de los Países Bajos y que buscaba un recambio. El mensaje, claro, llegó a los aficionados, pero también a los jugadores. Sabían que tenían un jefe débil, de quien el presidente raja en privado.

 

Koeman prolongó su etapa como entrenador del Barça porque Laporta no encontró lo que quería. Se sabe que le gusta Guardiola, pero poco más. Ni Mateo Alemany ni Ramón Planes, máximos responsables de la parcela deportiva, tienen una mirada cruyffista. Sí la tiene Jordi Cruyff, obviamente, pero nadie sabe a qué se dedica. Él, al menos, sí es respetuoso con la gestión del técnico.

 

La situación es tan maquiavélica que Laporta no quiere a Koeman y Koeman está más pendiente de su sentencia que de motivar a la plantilla. Todo es surrealista, un insulto a la lógica. Todo sigue igual porque el presidente vive de la improvisación y necesita tiempo para fichar a un entrenador. En verano despreció a Xavi y ahora se filtra que sus asesores recomiendan su fichaje. Jordi, sin embargo, apuesta por Bob Martínez, el seleccionador belga, comprometido como mínimo hasta el 10 de octubre con su selección.

 

El Barça es un caos. Un caos liderado por Laporta que se agrava con cada vídeo casero del presidente. Todo es una farsa de mal gusto, mientras los aficionados se horrorizan con un equipo sin empaque que está en fase de construcción. Casi todos señalan a Koeman, acorralado, a quien piden que haga un sacrificio económico para rescindir su contrato. Su sentencia está firmado pero falta ejecutarla. El cómo y el cuándo depende de Laporta, que comenzó sin tener resuelto el tema de los avales y continúa con ejercicios malabares que ni el mismísimo Bartomeu igualaría.