A menudo, las estadísticas se interpretan erróneamente. Sobre todo en el fútbol, que ha llegado a convertir la masificación de datos, la medición extrema y obsesiva de todo cuanto pasa sobre el terreno de juego, en un género periodístico propio y diferenciado. Así, con las bajas de Messi y de Griezmann, el periodismo especializado en traducir en infografías puso rápidamente el foco en la pérdida del potencial goleador del Barça. Nada menos que 58 de los 122 goles marcados por el Barça (el 47% del total), de la temporada última compartida por ambos en el FC Barcelona, fueron suyos. Un dato estremecedor.
Aún es más relevante el peso que ambos futbolistas tuvieron en la Liga, competición en la que anotaron (30 + 13) 43 de los 85 goles del Barça, prácticamente la mitad de un equipo que, de nuevo, pulverizó los registros goleadores superando ampliamente al resto con esos 85 goles anotados, por encima de los 67 goles del campeón, At. Madrid, y los mismos del subcampeón, Real Madrid. Por supuesto, Leo Messi fue Pichichi con 30 goles.
La pregunta es si el Barça, sus aficionados, los propios jugadores, el mismísimo Messi y desde luego Griezmann no habrían intercambiado de buena gana esos honores realizadores por el título de Liga.
El desequilibrio es mal síntoma
La respuesta de la sensatez es que sí, que el Barça lo que demostró fue un desajuste inequívoco y significativo de la verdadera decadencia, inevitable e inevitablemente traumática, del mejor equipo de la historia del fútbol y del mejor jugador de todos los tiempos. Tanto, que en ese largo y diluido ocaso de una carrera excepcional consiguió proclamarse, de nuevo, el máximo goleador del equipo y de la Liga, pero sin ser el jugador determinante que ha reinado en el fútbol mundial desde su explosión en la lejana temporada 2008-09, es decir hace ya 13 años.
Ha sido un ciclo extraordinario, llevado al límite y hasta la exageración como demuestra esa estadística cuyo análisis debe arrojar otra conclusión más alarmista y menos elogiosa. Algo no se ha hecho bien cuando un equipo supera de 18 goles al campeón y al segundo para acabar siendo tercero y firmar un campeonato decepcionante.
Sin que ello suponga, al contrario, una crítica, el Messi de antes hubiera sido el jugador que en el fatídico partido contra el Granada en el Camp Nou le habría dado la vuelta. Esa noche, sin embargo, Messi sólo exhibió saturación, agotamiento e impotencia para provocar ese chispazo que en tantos y tantos partidos, centenares a lo largo de más de una década, se han traducido en victorias, en puntos y en títulos.
Bailando con y sin Suárez
En contrapartida, los otros dos rivales, Real Madrid y At. Madrid, con menos artillería que el Barça sudaron lo suyo, sufriendo y temiendo que otra vez el Barça de Messi acabara dominando la Liga, otra Liga. Ese era el Barça de antes, el Messi de antes, arropado por Luis Suárez y el propio Griezmann, que ya dejó escapar la Liga anterior (2018-19), como también la última, ya sin el uruguayo, junto a un delantero como el francés, un tipo ausente y marginado, frío y encerrado en sí mismo, con una destacable facilidad para irritar al barcelonismo desde antes incluso de fichar.
Marcar más o menos goles, como se ha comprobado, no ha resuelto la cuestión de impedir los estertores de un equipo excepcional y único que, con Josep Maria Bartomeu o con cualquier otro presidente, habría protagonizado este mismo final, largo y agónico, incapaz de ganar la Liga contra el Granada y de haberse hundido antes en Roma, Paris, Liverpool o Lisboa en la negra noche del 8-2 ante el Bayern Munich.
En cualquier otro club, el atardecer de un equipo como el Barça de Messi habría sido el más hermoso e inolvidable, sentido y repleto de merecidos y emotivos homenajes. En un entorno tóxico como el barcelonista, en cambio, los futbolistas acabaron por gobernar el club, imponer su ley y sus condiciones, a mandar y a garantizarse, bajo todo tipo de presiones y caprichos, una jubilación de oro. El final más caro y el menos rentable futbolísticamente hablando para una directiva atrapada entre el chantaje permanente de un equipo glorioso, pero acabado, y una oposición tan armada hasta los dientes que incluso, cuando le convino, hizo encerrar a Bartomeu en el calabozo, presuntamente por haber consentido enviar tuits desagradables.
Las múltiples patologías del que ha sido el mejor equipo de siempre hoy aún siguen carcomiendo por dentro el club y haciendo aún más irrespirable el aire en ese entorno en el que hoy el presidente y Piqué, ausente Messi, mandan por encima de Koeman con la complicidad y la permisividad de buena parte de la prensa cuyo discurso no se aparta de hacer recaer en Bartomeu, solamente en él, ese lastre que además la pandemia ha agudizado cruelmente.
Laporta iba por el mismo camino
Laporta, sin embargo, habría replicado y fortalecido ese mismo equipo y estructura con la renovación de Messi, frenada finalmente por quienes de verdad avalan e impidieron al presidente abordar esa locura. Habría seguido, voluntariamente y arropado por 30.000 votos de socios que también deseaban la continuidad de Messi, el mismo camino que Bartomeu. La verdad, aunque ahora se quiera explicar otra película, el plan de Laporta era atar a Messi por 200 millones por dos temporadas.
Puede que el Barça eche de menos los 30 goles de Messi. La única evidencia, sin embargo, es que se puede perder la Liga aun contando con ellos, un lujo, y con los 13 de Griezmann. Y que se puede ganar con los 21 de Luis Suárez, que ahora volverá a ser compañero de Antoine en el At. Madrid.
La propia naturaleza de la estadística, que sólo sirve para explicar lo que ya ha pasado, impide dar por hecho que el At. Madrid marcará con Griezmann más goles que el año pasado, que Messi será el máximo goleador de la Ligue1 o que el Barça, sin Leo ni Griezmann, no puede aspirar a nada.
¿Precedentes? El más lejano, cuando Maradona fue traspasado al Nápoles, el Barça ganó la Liga con Schuster dirigiendo la orquesta y Archibald metiendo los goles, no muchos ciertamente, aunque bien defendidos por los Migueli y Alexanko de la época (1984-85). El más reciente, cuando Ronaldinho dejó de ser Ronaldinho, el Barça ganó los seis títulos siguientes con un equipo inolvidable en el que estaban Valdés, Dani Alves, Márquez, Puyol, Piqué, Touré Yaya, Busquets, Keita, Xavi, Iniesta, Messi, Eto’o y Henry. La mejor generación de la Masía que había germinado curiosamente bajo la peor presidencia posible, la de Joan Gaspart; hace de eso 13 años. Desde entonces, ningún otro equipo en la historia ha protagonizado un ciclo igual, con dos Tripletes y un fútbol también inigualable a lo largo de tantos años.
La estadística, por cierto, recuerda que el máximo goleador de ese equipo del primer Triplete no fue Messi, sino Eto’o, un delantero también extraordinario, fulminado por el propio entrenador, Josep Guardiola. Un dato que no resaltan los épicos narradores del barcelonismo. Tampoco que Eto’o, cuando fue largado, repitió Triplete con el Inter de Mourinho.
¿Cómo hay que interpretar esa estadística?