Sin Messi y sin Griezmann. Con Luuk de Jong y Braithwaite. Ésta es la realidad del Barça, obligado a reducir drásticamente su masa salarial. Joan Laporta priorizó las urgencias económicas del club a las necesidades deportivas del equipo y, con unos malabares que ni el mismo Bartomeu podría igualar, despidió un mercado de verano frustrante para la masa social barcelonista. Solo Memphis, un futbolista que fracasó en el Manchester United y se redimió en Lyon, ilusiona en el Camp Nou.
Laporta ha sido más pragmático que en su primera etapa como presidente del Barça. No está la economía del club para tirar petardos y el susto por los avales fue de campeonato. Con la improvisación total como bandera, el máximo dirigente tendrá la misión de liderar una transición que se prevé muy complicada. Deportivamente, el equipo ha menguado y no se vislumbran soluciones a corto plazo. La apuesta por la cantera requiere tiempo y paciencia. Económicamente la receta está clara, con recortes en una plantilla sobredimensionada.
El Barça, por primera vez en muchos años, ha sido un actor muy secundario en el mercado de fichajes. Cierto es que ni estaba ni se le esperaba. Lamentablemente ha sido noticia por la salida de sus estrellas. Tampoco el Madrid va muy sobrado. El Atlético, en cambio, parece moverse mucho mejor en tiempos de guerra como los actuales. Su banquillo, a priori, es más solvente que el de blancos y azulgranas.
Laporta, impotente, dispara con bala a Bartomeu. A discreción. Y su mensaje tiene muchos adeptos. Al ex presidente se le fue la mano con los contratos. Por Messi pagó el gusto y las ganas, pero también por Griezmann, Sergio Busquets, Alba, Coutinho, Dembélé, Pjianic y muchos otros. También es cierto que los ingresos se dispararon, pero la pandemia tuvo un efecto letal para un club que vivió al límite.
El pasado verano, Laporta prometía soluciones terapéuticas. Milagrosas. El barcelonismo antepuso un voto de castigo a Bartomeu y apostó por él, ilusionado con sus recetas. El problema es que éstas parecen estar caducadas y sus discrepancias con Jaume Giró, actual consejero de Economía y Hacienda de la Generalitat de Catalunya, anticiparon que algo iba mal. O, sencillamente, que no iba.
El Barça, hoy, es un club que vive con muchos sobresaltos. Las buenas noticias escasean en un Camp Nou que se cae a pedazos y que espera una transformación radical. La ampliación y remodelación del estadio será sonada en una operación multimillonaria que, posiblemente, alegrará a Laporta. En tiempos de crisis, el presidente prepara una inversión que puede superar los 1.000 millones de euros en una operación no exenta de dudas y sospechas. Tal vez porque el Barça vuelve a ser el Barça de casi toda la vida, un club muy convulsionado, con éxitos esporádicos y escándalos a mogollón.