Ilaix Moriba lo tenía todo para hacer historia en el Barça. Futbolista muy físico con una aceptable calidad técnica, encontró en Ronald Koeman al entrenador ideal para jugar en un equipo necesitado de nuevos referentes.
Tuvo Ilaix una eclosión veloz. Tal vez, demasiado rápida. Sin tiempo siquiera para digerir sus inicios en el primer equipo, el futbolista cambió de representante y priorizó un compromiso millonario a su proyección deportiva. En plena crisis por el Covid, Ilaix pidió una fortuna al Barça, atormentado por su pasado más reciente y su incapacidad para soltar lastre (Pjanic, Umtiti, Coutinho…).
La agencia que representa a Ilaix tensó la cuerda al máximo y solicitó 10 millones de euros por temporada al Barça, que solo estaba dispuesto a ofrecerle dos millones anuales. Las posturas estaban muy alejadas, pero parecía el inicio de una partida de póker. En el club estaban convencidos de que la negociación sería complicada pero terminaría bien. Nada más lejos de la realidad.
Ilaix, y sus representantes, se enrocaron. Se olvidaron del Barça y se encomendaron al mejor postor, sin importarles si era un club alemán, inglés, francés o chino. Se trataba, únicamente, de aceptar la mejor oferta que llegara. Dinero rápido y fácil. Y, en estas, Ilaix flirteó con el Leipzig, un club alemán que simboliza el fútbol más mercantilista del siglo XXI.
Muy mal asesorado, el futuro de Ilaix pasa por Alemania, puesto que sus representantes tampoco parecen estar por la labor de negociar con el Chelsea y el Tottenham. Falta ahora que el Leipzig se ponga de acuerdo con el Barça. La lógica recomienda un acuerdo, pero el caso se ha viciado tanto que el desenlace es imprevisible. El Barça, de momento, se mantiene firme. O 15 millones o nada.
El caso Moriba acabará mal para el Barça. Pero no es el único problemón para Laporta y la nueva estructura deportiva. Si frustrante, en lo sentimental, pudo resultar la marcha de Messi, más nefasta puede ser la continuidad de Pjianic y Umtiti, dos futbolistas que no pintan nada para Koeman y que cobran un pastizal. Nunca, nunca, nunca, una pretemporada del Barça había sido tan decepcionante.