Que no nos engañen, la rebaja salarial de Jordi Alba no es casual. Rebaja o, mejor dicho, aplazamiento del cobro porque, tarde o temprano, aquello firmado en el contrato se acabará cumpliendo. Pero, de acuerdo, hablemos de "rebaja salarial" como concepto, así nos entendemos todos.
Digo que no es casual porque llega después de muchos otros acontecimientos que lo han propiciado. Algunos son secundarios: el ejemplo de Gerard Piqué que ha sido el primero en tomar la iniciativa y, por otro lado, la presidencia de Joan Laporta que no tiene ningún problema en poner luz sobre la difícil situación económica. Pero la piedra angular que ha sido definitiva es la marcha de Leo Messi. El argentino tenía como uno de sus protegidos a Alba, incluso cuando Bartomeu se lo quería sacar de encima. Ya sabemos que el mejor jugador del mundo tenía mucha incidencia más allá del campo y quería al de l’Hospitalet siempre a su lado.
Ahora, Alba, se ha quedado sin su mejor aliado. Y, de paso, se le han bajado un poco los humos que tenía en la cabeza. Todavía recuerdan en la Ciutat Esportiva el día que Luis Enrique se enfadó porque Alba decidió tirar unas canastas, pese a la estricta prohibición del técnico, y el lateral acabó lesionándose la pierna. Hacía lo que quería y dicho ejemplo creo que es muy ilustrativo de la jerarquía que había en el vestuario azulgrana.
A todo ello debemos añadir un último aspecto. Con la llegada de Laporta, el interés por retener a Alba ya no es tan grande como antes. El mismo Mateu Alemany, el flamante nuevo director deportivo del club, ha remado a favor de hacer efectiva la salida de Alba. No lo ha conseguido, pero sí ha cambiado su estatus.