No es un problema de presidente. Tampoco de entrenador. Es un problema de jugadores, los mismos que se siguen creyendo demasiado buenos pero que hace años que van quedando retratados, en Roma, en Liverpool, en Lisboa, y ahora ya hasta ante ante el Granada o el Levante. Es difícil caer más bajo. La camiseta ya les quedó grande y no pueden ni con el peso del escudo. Liquidarán a Koeman, aunque haya sido el entrenador que más valentía ha demostrado a la hora de enseñar la puerta de salida a los que ya no sirven pero, como seguirán esas vacas sagradas que ya no tienen esa imprescindible pasión por ganar, seguirán los batacazos. Sobran viejas glorias con sueldos estratosféricos y falta un equipo con un líder de verdad. No hay carácter, no hay espíritu, no hay amor propio. El barcelonismo no se merece ir de decepción en decepción. En los últimos tiempos el entorno apuntó todos sus cañones contra el palco porque el objetivo era cargarse al anterior presidente, que también tenía su responsabilidad, y se olvidaron de los verdaderos culpables que visten de corto, y que se han creído impunes al ver que cuando perdían, en los análisis, lo hacían los directivos y cuando ganaban, cada vez menos, ganaban ellos.
Ahora. Inmediatamente, sin esperar demasiado, debería completarse la regeneración de la plantilla empezada el verano pasado. Porque hay algunos futbolistas que han completado su ciclo en el club y otros no están para ser o sentirse titulares intocables. La pregunta es, ¿se atreverá el actual presidente a tomar decisiones difíciles que afecten a un vestuario con el que ha mostrado una peligrosa complicidad que ahora se le puede girar en contra? Está cargado de razones deportivas y económicas para pasar la segadora y que crezca una hierba nueva. Más que fichajes mediáticos, hay que hacer incorporaciones necesarias para volver a ser un equipo. Más que delanteros hay que fichar un buen central, un mediocentro y laterales.
Hace tiempo que se arrastran los problemas defensivos. La camiseta del Barça se merita, no se regala.