El fútbol dejó de ser del pueblo hace muchos años. Demasiados. La creación de la Premier League, en 1992, marcó el inicio de una nueva etapa que necesita una pronta revisión. La solución no es fácil. Los poderosos quieren serlo mucho más y los clubes de clase media y los más modestos piden un reparto más equitativo de los derechos de televisión. Sobre todo, en España. El modelo inglés es su referencia.
La UEFA, tradicionalmente muy conservadora, también apostó por chequear sus competiciones y fundó la Champions League, torneo en el que no solo compiten los campeones, sino la mayoría de clubes poderosos de Europa. Desde entonces, la Europa futbolística tiene dos, o más, velocidades. Con el paso de los años, la Champions se ha encallado, con muchos partidos intrascendentes en la fase de grupos.
Real Madrid y Barça quieren elevar el nivel de los partidos. Quieren enfrentarse año tras año a los grandes colosos del fútbol europeo para incrementar sus ingresos, en caída por la crisis del coronavirus. Desprecian, sin embargo, a clubes históricos como el Everton, el Nápoles y el Sevilla, porque priorizan la cuestión monetaria a la deportiva con una competición semi-cerrada.
La puesta en escena de la Superliga fue cutre. Improvisada. Llegó antes la respuesta amenazadora de la UEFA que el comunicado oficial de los clubes más ricos. El pulso había empezado y todo presagiaba una negociación encubierta que poco a poco se fue desmontando con la renuncia de los equipos ingleses. El Barça, atormentado por una crisis bestial, se mantuvo al lado del Real Madrid, asumiendo los postulados de Florentino Pérez.
Es respetable que Madrid y Barça quieran competir solo con los mejores, pero no es de recibo que justifiquen sus agobios económicos en la mala gestión de la UEFA. Ceferin, el presidente del máximo organismo europeo, no tiene culpa alguna del despilfarro del ex presidente Bartomeu con los fichajes de Dembélé, Coutinho y Griezmann, por quienes se pagaron más de 400 millones de euros. Y Florentino también haría bien en hacer autocrítica por algunas operaciones ruinosas como la del fichaje de Hazard.
El Madrid y el Barça quieren un torneo a su medida porque quieren más dinero. Los socios, aunque no lo digan, son meros clientes. Hace tres décadas, los ingresos por abonados y taquillaje representaban el 80% de los clubes. Ahora, apenas el 20% o menos y en el Camp Nou muchos socios de toda la vida cedían sus asientos a turistas ocasionales. Hoy la pasta viene de los patrocinios y los derechos de televisión. El coronavirus ha impactado muy fuerte y el fútbol, cada vez más negocio y menos deporte, debe decidir ahora hacia dónde va. Los aficionados no quieren más sino mejores partidos y es hora de sentarse a negociar el reparto de un pastel muy goloso que se le puede atragantar a más de uno.