El Barça tiene a Leo Messi y futbolistas de muy alto nivel. Entre ellos, Pedri, un jugador que apunta muy alto, y De Jong, un centrocampista con mucho recorrido. El equipo, físicamente, va como un tiro y es mucho más ambicioso y competitivo que hace un año. Koeman, sin embargo, tiene un problema. Un problemón. La defensa está bajo mínimos, debilitada por las lesiones de Dest, Sergi Roberto, Piqué y Araujo, una pieza muy secundaria que ahora es vital para un Barça en construcción.
Koeman, hoy, solo tiene un defensa de garantías: Alba. Y otro que debería serlo, Lenglet. El resto no sirve para un equipo de élite. Júnior es un lateral izquierdo demasiado plano, Mingueza es un recurso de emergencia para partidos menores y Umtiti, lamentablemente, ya no está para competir. Lento, torpe y errático, concede demasiado a los rivales. El francés ha quedado muchas veces retratado en los últimos partidos. Es un alma en pena que cobra una millonada.
El escenario, por cruel que sea, no debe sorprender a nadie. El Barça posbartomeu es un equipo mal parido, con muchos déficits que ya se conocían en verano, en plena descomposición tras el sopapo de Lisboa. Tan cierto es que falta un delantero centro solvente como un central con empaque, problema que se agravó con la lesión de Piqué.
Koeman, un hombre de club, reclamó un defensa en verano e insistió en invierno. Tusquets, el presidente de la junta gestora, sondeó a los candidatos a la presidencia del club para avanzar la incorporación de Eric García a precio de saldo. Font avaló la contratación, pero Laporta y Freixa se opusieron, anteponiendo todos los intereses personales a las necesidades del equipo. Nada nuevo ni sorprendente en un club tan ciclotímico, pasional y destructivo como el Barça.
El Barça, en la Copa, está contra las cuerdas. Cuesta pensar en una remontada heroica. Al equipo todavía la falta fútbol, pero sobre todo equilibrio. En defensa es demasiado frágil y a nadie extrañaría que el Sevilla marcara en el Camp Nou. Claro que con Dembélé, Griezmann y Messi inspirados no se puede descartar nada. En un noche loca todo es posible, pero pintan bastos en el Camp Nou.
Koeman, posiblemente, se equivocó en sus prioridades. El Barça tenía que habérsela jugado en la Copa, el camino más corto para ganar un título. La Liga, como mucho, puede ser una ilusión, pero muchos culés, si no todos, firmarían una Liga rojiblanca y, a poder ser, con el el Madrid tercero. La Champions, siendo realistas, es un sueño imposible. Ni tan siquiera es un sueño. Con mucha suerte puede tumbar al PSG en octavos en un duelo con muchas cuentas pendientes que puede marcar el futuro de Messi. Pero esa es otra historia. Una historia que deberá gestionar el futuro presidente del Barça.