Todo el mundo sabía lo que ganaba Leo Messi en el Barça, pero a muchos les ha sorprendido que un periódico de Madrid haya publicado la letra pequeña del contrato. Y de inmediato muy pocos han escapado a la tentación de buscar el filtrador, como si las noticias o las exclusivas se las encontrara el periodismo en el supermercado.

Todos los periodistas tenemos unas gargantas profundas, y la mayoría de exclusivas se consiguen gracias a ellas. Que te pisen una noticia siempre duele, pero si te quieres desquitar no lo hagas disparando tiros al aire. El contrato de Messi últimamente ha pasado por muchas manos, está en la Liga de Fútbol Profesional, lo tienen los abogados del futbolista y lógicamente está en el club. Acusar al expresidente Josep María Bartomeu de la filtración en un programa de televisión pública es gratuito, y mucho más cuando utilizas una supuesta fuente del entorno del jugador. Eso es “calumnia que algo queda”, impropio de periodismo investigativo y más propio de mal periodismo.

En una reciente entrevista en La Vanguardia, Ross Douthat, autor del libro La sociedad decadente, aseguraba que con la cultura digital había nacido “un mundo de hinchas, pornografía, mediocridad y paranoia”. No le falta razón al ensayista y columnista del New York Times. De la tentación de experimentar ese nuevo mundo se han librado muy pocos. Una mala hierba que han fumado políticos importantes y el mundo del periodismo inhala con especial ansia. Aquí no pasa como en aquella canción de Quimi Portet que me enseñó nada más llegar a esta tierra Pere García Bailach, en cuya casa y junto a su madre –la Carmeta- aprendí catalán: “La merda de la muntanya no fa pudor encara que la remenin amb un bastó”. En este mundo del periodismo actual, en el que muchos han encontrado en las redes sociales sus exclusivos diarios, “la merda” huele, y mucho. Aquí a cualquiera lo ponen delante de una cámara y un micrófono, triunfa la basura y no se recicla absolutamente nada. Una pena.