Es impresentable pero no incomprensible que Gerard Piqué haya despedido a Nacho Castro, entrenador hasta ahora del Andorra. Más allá de su calidad humana y profesional, deja un equipo siendo segundo detrás del Nàstic, después de una victoria contra el Llagostera este pasado fin de semana (2-0). En su lugar, coloca por 'Real Decreto Piqué' a Éder Sarabia, con quién guarda una buena afinidad. Aunque con el carácter del nuevo técnico, poco durará en el banquillo del Principado... Pero da igual, es el orden y mando de Gerard. ¿Debo recordar que ya hizo lo mismo despidiendo de forma incomprensible a su teórico 'gran amigo' Gabri como entrenador? En el caso de Castro, dejó el Horta para ir a un proyecto ilusionante. Pero con el 'futuro presidente azulgrana', las buenas praxis no son suficientes.
Mal aconsejado, como siempre, y sin tiempo a escuchar a aquellos que quizás lo puedan orientar bien, Piqué se deja llevar por sus impulsos, y esto no es precisamente el olfato de un buen gestor. También le pueden sus gracias divinas de estrella con las que le cae uno u otro, depende de por dónde sople el viento y el nivel de peloteo que tengan.
En Andorra, cuando llegó Gerard, todo el mundo estaba muy ilusionado. Pese a sus opulencias, recuerdo que descuidaba la parte formativa y del día a día pero tenía un equipo muy bueno detrás que lo daba todo para ir a más. Incluso llegaban a pagar de sus bolsillos, no el de Piqué, cuatro bocatas para los pobres chavales después del entrenamiento porque ni en esta mísera planificación se pensaba...
Ahora bien, con el paso del tiempo, la soberbia se ha ido imponiendo a golpe de despido o de influencias, llegando a clasificarse de forma muy discutida, entrar en la Copa del Rey. Y el ambiente interno del club ya no tiene la chispa del principio.
De momento, su fama y su todavía prestigio como jugador en activo le acompañan. Todo se puede tapar... Menos los fracasos empresariales. ¿La gestión del Andorra? Una más.