Un día, cuando nadie llevaba mascarilla y poco importaba mantener las distancias, Luis Suárez fascinó a la afición azulgrana contando la novela de su amor por el Barça que lo llevó a colarse en el Camp Nou cuando era un pipiolo soñador, con su entonces novia –hoy su esposa- sólo con el objetivo de hacerse una foto en ese escenario cautivador y en el que aspiraba a jugar un día.
Años más tarde, el uruguayo cumplió su sueño y fichó por el Barcelona, convirtiéndose en una de las contrataciones más caras del club catalán: 81 millones de euros pagó el Barça al Liverpool en el 2014. Al Barça no le importó nada que Suárez estuviera sancionado por la FIFA con 4 meses y 9 partidos de suspensión por haber mordido al italiano Chiellini en un partido del Mundial de Brasil jugando con Uruguay.
El Barça lo quería aún con esa fama de mordedor. Sabía que ese era el goleador que necesitaba el equipo, y por eso le pagó lo que le pagó, y lo convirtió en el segundo mejor pagado después de Leo Messi. Y aún estando sancionado aquellos meses, Suárez cobraba religiosamente su salario.
Nadie va a negar la excepcional clase del uruguayo y lo valioso que ha resultado para los éxitos del Barça. Pero tampoco hay que olvidar que Suárez, después de la dolorosa de Anfield Road decidió operarse y perderse la final de Copa del Rey, que el Barça perdió ante el Valencia. El uruguayo quería estar en la Copa América de Brasil con su país, donde jugó cuatro partidos. Ni tampoco hay que olvidar que unos meses más tarde tuvo que pasar por el quirófano otra vez para operarse de la misma rodilla y estar cuatro meses de baja. Cosas del oficio dirán algunos. Favores de la directiva hacia un jugador que lo entregaba todo en el campo. Cierto. Pero son hechos que Luis Suárez tendría que tener en cuenta a la hora de valorar su final en una entidad que lo ha tratado muy bien. Que lo merecía, sí. Pero lo que no merece el Barça es que la historia de Luis Suárez, uno de los grandes goleadores que han vestido la camiseta del Barcelona, tenga un final infeliz. El uruguayo se podía ir por la puerta grande porque la mayoría de los recuerdos son buenos, pero ha elegido otro final. Sabe que el nuevo entrenador no lo quiere y le ha abierto la puerta. No le pegue una patada, señor. O mejor dicho, no la muerda.