Leo Messi atraviesa uno de los momentos más difíciles de su carrera deportiva. Sin duda, el más complicado con la camiseta del FC Barcelona. Antiguamente, el Barça era el oasis de alegría de Messi, donde todos –directivos, entrenadores, compañeros de vestuario, periodistas y aficionados– le secaban las lágrimas que traía en los ojos desde su Argentina natal. Hoy, los dramas de la albiceleste se han trasladado a Barcelona.
La situación quizá es un tanto menos dramática. 1) Aquí nadie le llama pechofrío, por mucho que lo haya sido en las malogradas noches de Roma, Anfield o Lisboa. 2) Aquí no existe un Maradona con quien compararlo de manera injusta e ininterrumpida. 3) Aquí no tiene que demostrar nada a nadie.
Sin embargo, el caso también tiene algunas similitudes con lo que le pasó allí: 1) Messi ha demostrado no ser el líder que el Barça necesita, por más que siga siendo el mejor jugador del mundo: ¡ser líder y ser el mejor no es lo mismo! 2) Messi tiene muchos privilegios nocivos para el resto de la plantilla que favorecen a determinados amigos… lo que en Argentina denominaron “los amigos de Messi”. 3) A la que hay un cataclismo en forma de derrota dolorosa y se siente señalado, su opción es la misma: “Me voy”.
Es dable recordar que Messi también estuvo a punto de marcharse tras la temporada con el Tata Martino, que fue precedida de un año muy complicado con Tito Vilanova, cuando el Barça fue dolorosamente eliminado en Champions, cómo no, por el Bayern. Por tanto, es una respuesta relativamente frecuente en él: cuando las cosas van mal dadas, ya sea en Argentina o en el Barça, amenaza con irse. Especialmente si se siente señalado. No tolera la crítica.
Ahora bien. Una vez tomada la decisión definitiva de salir, y dando por sentado que esta vez no habrá vuelta atrás –mejor no decirlo muy alto, porque en el pasado siempre la hubo–, Messi tiene dos opciones: irse del Barça a lo grande, como un señor y dejando abierta la puerta a volver; o irse del Barça como un mercenario más del fútbol.
Es decir, Messi tiene la oportunidad de ser el Michael Jordan del fútbol o puede ser el Neymar de turno que se va porque le interesan otras cosas como un proyecto deportivo donde poder ganar más títulos, seguir aspirando al Balón de Oro y en el que, además, seguramente le pagarán un poco más del dinero que percibe ahora. De los Neymar, Cristiano Ronaldo o Figo no se puede esperar gran cosa, tienen muy claras sus prioridades económicas. En el caso de Messi, algunos pensábamos que era diferente.
Michael Jordan y Leo Messi, los más grandes del deporte / CULEMANIA
Messi podría compararse el día de mañana a Jordan o al tristemente fallecido Kobe Bryant. Jugadores que a las buenas y a las malas fueron fieles a un mismo club, defendieron siempre la camiseta de su equipo –con la excepción del ocaso de Jordan con los Wizards, que tuvo un componente empresarial– y se fueron por la puerta grande.
Su caso podría asemejarse al de Jordan si Messi decide tomarse un año sabático para volver con más fuerza, con el hambre que en ocasiones parece haber perdido. Tal vez sea el momento de despejar la mente y desconectar. De demostrar que el dinero no es una prioridad, y sí la salud mental. Messi puede quedar como un señor diciendo: “Renuncio a jugar este año”. Nadie le puede obligar a cumplir su contrato si no juega y se lavaría las manos en el último año de Bartomeu, con quien en estos momentos queda patente que las relaciones están envenenadas.
El año que viene, con elecciones, el posible regreso de Messi sería el gran foco de atención. Los candidatos se pelearían por convencerlo, organizando proyectos deportivos de altura que pudiesen devolver la felicidad al ‘10’. Y su imagen subiría como la espuma porque Messi estaría demostrando que no es un Neymar o un CR7, cuya prioridad siempre es económica. Leo demostraría que por encima de todo le importa retirarse en el Barça y ser uno de los pocos One Club Man en la historia del deporte más mercantilizado del mundo.
La historia de Messi con el Barça tendrá su final tarde o temprano. Y solo corresponde escribirlo al propio Leo. Él decide como acaba el cuento.